martes, 27 de marzo de 2018

Tautología del aburrimiento

Por @vistaalienigena 
Otra función de tu cerebro es la de informarte constantemente que estás vivo, que estás necesitando, que estás deseando, que puedes, que tienes una voluntad, que hay sucesos ordenándose frente a tus percepciones y todo eso es sólo para que no dejes de alimentarlo, literalmente mediante la ingesta de nutrientes y metafóricamente a través de la búsqueda constante, maniática, de estímulos, siempre con el objetivo final de conseguir transmitir, el mayor número de veces posible, tu parte de información genética que pueda crear otro cerebro similar. Por eso el aburrimiento es mortal, la ausencia de sensaciones, de información nueva y estimulante es casi como si ya hubiera muerto y con eso la esperanza de cumplir su cometido, o peor aún, como si estuviera enterrado vivo, lo cual es un miedo irónico para algo que de hecho está encerrado en una bóveda a la que nunca debe entrar la luz.
Pensándolo bien, sentirse vivo es el modo como el cerebro se convence a sí mismo de seguir adelante cada día, de darse sentido a sí mismo y así el aburrimiento es la pérdida de ese sentido, es detenerse abruptamente en medio de la nada oscura y comenzar a percibir las paredes abovedadas, pero duras y plagadas de protuberancias dolorosas, que lo rodean por completo, donde lo único perceptible sería una pulsación continua y enloquecedora que pareciera venir de todos lados. El aburrimiento es un cerebro que empieza a pensar demasiado en sí mismo.

El aburrimiento es la realidad más absoluta del cerebro, la más hiriente: no estás en control de nada.



domingo, 25 de marzo de 2018

COINCIDENCIAS DE ABRIL

Por @TigreKarateca


Era el mes de abril del 2014 o tal vez 2015, la verdad no recuerdo el año. En esos años iba de mi casa a la universidad en patineta, eran máximo 10 cuadras de bajada, dos veces la perdí en la uni y dos veces me la regresaron hasta que la dejé en la pensión de unos compis y mágicamente desapareció; eso no tiene importancia con la historia es relleno. Salía a las 3 de la tarde. Venía caminando y a dos cuadras de la casa de mi mamá venían dos mormones, un gabacho y un mexa (supuse, al menos así andan por aquí), los vi, iban en la acera de enfrente, se atravesaron la calle, me alcanzaron y muy cordialmente me saludaron. Me preguntaron si llevaba prisa y les dije que sí, me respondieron si podíamos caminar y platicar en el trayecto y así fue.

El gabacho con un buen español me dijo de dónde era y del estado del cual era, dijo que su compañero era de África (un tipo moreno y lacio). ¿De África? ¿No se supone que son negros y chinos? -Le respondí- y el vato en cuestión se rió, dijo que era del Salvador. De repente preguntan y sin avisar ¿Crees en dios? Y pienso lo más rápido para que me dejen "Sí o no" pues la verdad es que no y eso respondí. Les dije que ya iba a doblar para mi casa, pero ah raza como son necios y me pidieron ir conmigo a mi casa y pues ni modo ahí vamos, llegamos a la puerta y me pidieron pasar.

A la vuelta de la casa de mi mamá hay una tienda con una imagen de la virgen de Guadalupe, la cuál recorre toda la manzana, y otros lugares, la imagen estaba en mi casa ese día, en la sala. Antes de entrar les hice la observación que mi madre tenía a la virgen y que si eso no les molestaba que pasaran a la sala un momento. Fui al interior y saludé a mi mamá y les dije lo que había pasado, pero andaba ocupada haciendo lo suyo que creo que no me hizo caso y sólo me dio el avión. Regresé con ellos y me dijo, cuestionaron, por qué no creía en Dios, su actitud era convincente.

La plática de ellos hacia a mí era más en tono retadora, queriéndome doblegar ante sus argumentos, uno de ellos me dijo pa pronto que los monos no caminaban en dos piernas, no caminaban erguidos. Que si eso fuera cierto de los monos tendría que salir un humano y cosas como esas. Pero yo sólo veía la hora porque estaba seguro que me tocaba una regañiza si es que llegaban a rezar antes de que se fueran. Cambiaron el tema y me preguntaron si sabía qué era una oración, les respondí algo como: Una oración es la forma en que una persona agradece o le pide algo a dios. Y me respondieron que sí, que por favor hiciera una oración con los ojos cerrados. Accedí y pedí por ellos para que continuaran en su viaje tratando de ayudar a las personas, que fueran con bien, no exactamente tal cual, pero hice lo mejor posible. Nunca más volvieron.

Todo eso en un 19 de abril, lo recuerdo porque ese día se hizo tendencia en twitter el aniversario luctuoso de un científico que escribió un libro titulado “El origen de las especies”. Estábamos en casa de una señora guadalupana discutiendo un par de mormones y un agnóstico en el aniversario luctuoso de Charles Darwin.

viernes, 23 de marzo de 2018

ENCIERRO

Por @Yorkieeeee_


Estaba tan indefensa, vulnerable y triste, mis pies apenas hacían el esfuerzo de tocar el apagador, varios intentos fallidos, ni uno ganador, caigo otra vez. Mis sueños eran cada vez más inalcanzables, que podían verse en el espacio flotar, llorando por mí. Mi estado mental se erizaba, me comía la poca lucidez que podía tener, esparciendo en mi cuerpo, soledad, miedo a existir, clavada en estas paredes, el polvo del piso me acompaña, no puedo salir.

Los ruidos tan fuertes en la puerta, me hacían desear quedarme sorda, desaparecer, ponerle pausa a todo, deshacer en mil pedazos mi aliento. Mis pies están rojos, cansados, contra la puerta, temblando y saltando la sangre de la piel por el dolor y esfuerzo, se aferran tanto que apenas podré caminar los próximos días. Creo que van a entrar.

Me arrastran al próximo cuarto, pataleo, succionan toda la fuerza que podía quedarme, me quedo clavada hacía un punto, me desvanezco, no puedo llorar, sólo estoy en stan by y quiero gritar, me ahogo, pero no expreso más. Me obligan a pararme, no se percatan que estoy totalmente vacía, que mis últimos suspiros quedaron embarrados en el piso; me azotan contra ellos.

Despierto y comienzo a quejarme, mis manos entumecidas y mis pies pesados e hinchados me hacen ruido. Una vez más aparecen frente a mí y me cuestionan lo que siento. Recuerdo que sus ojos me mataban cada parpadeo, que me hacían quedarme quieta y no poder hablar, sus labios delgados y rojos, sangrados un poco por la ansiedad que carcomía su ser. Quería entender. No había más puertas, sólo hoyos, me había hundido tanto que no podía recordarme viva, plena, normal, un poco feliz, e incluso cansada, me había quedado totalmente varada en mi adentro.

Me sostienen en sus brazos después del desastre, pidiéndome disculpas, llorando tan fuerte que apenas puedo decidir. Volteó al cielo y no hay nada. Sus lagrimas caen en mis piernas, quiero apagarlas, ensordecerlas, me agacho, sé que no podré salir, me devora el miedo y ahogo el grito al llorar. Mi cabeza quiere explotar, no sentir más un brote de ansiedad, un dolor punzante que daba al corazón también. Me quedo dormida así. No pasa más por hoy.

Despierto y no siento mucha diferencia, es cómo si la noche hubiera sido eterna. Abro las persianas, dejo caer la luz sobre la pared ya tres veces rota, también sobre mi piel pálida y lastimada. Busco en el lugar, no hay nadie más, sentí paz, y me dolió sentir esa paz. De repente aparezco por la tarde, tirada en la cama, ahogando mis llantos sobre las cobijas, pensando en mil maneras... me puse a creer.

Le hice caso al espejo, me di un respiro, cerré los ojos y volee. No sabía cómo saldría, ni a dónde iría cuando lo logrará, creo que por primera vez sentí la necesidad de perderme afuera. De existir entre tantos que me confundan cada paso. El mundo merecía saber de mí y de lo mucho que me hace feliz echarme al pasto sin importar los bichos, de tropezar en las calles mal planeadas, que me ría de mí y contagie al rededor. La música me llevaba a un final más resistente a las caídas, traspasaba esas paredes tan sencillo, que no sentí morirme. Era el final más esperado y menos catastrófico que me esforcé a tener.

Me podía ver más lejos, que ya no sentía la incertidumbre cada noche y que mis pies y brazos se recuperaban en minutos. Me cuelgo de las nubes y dejo ser totalmente mis sentimientos. En este ser aprendí a querer, saber de mí cada instante que se impregne en mis lagrimas, no había más encierro, aunque aquí esté lleno de puertas, ventanas, creo que siempre sabré traspasar el miedo sin ningún tropiezo. ¿Me veo muy optimista? no creo, aunque me siento muy viva. 

A veces mi mente se convierte en otro pequeño encierro, es un poco más letal, sin embargo, comienzo a cantar y desaparece. Me salí sin nada y a la vez con todo lo necesario, que fue más sencillo caminar, más ligera y segura de gritar. Comparto el miedo y la angustia vivida, comparto en párrafos las inquietudes, que serán las mismas que trae el mundo dentro, comparto el encierro, que es de muchos también. Y les comparto la dicha de poder cantar alto, de saborear las tristezas, dejarnos caer sin miedo, sin un gramo de locura, les comparto vivir, que aún falta tanto y que somos tan insignificantes para el todo, que apenas podremos respirar cuando pase el final.



miércoles, 21 de marzo de 2018

Por @Ayddh


A las que gozan y a las que sufren....

Mujer, recoge el polvo de tu rojo corazón y comienza a andar,
 toma tus lágrimas mujer y riega aquel fruto que cortarás, 
aquella flor que adornará tu pelo enredado de penas y tristezas.

Levántate mujer, deja de sangrar tus rodillas mientras suplicas perdones que nadie merece, nadie más que tú,
 perdónate y bendícete por haber venido al mundo a luchar, a llorar, a resistir, a amar...
Continúa, que los caminos te esperan, sin misericordia, sin gloria, sin guías, sin compañía
En el universo sólo te tienes a ti, con tu espíritu aventurero, rebelde, tierno, que no te deja mirar atrás porque el recorrido nadie más lo conoce. 
Entrégate, entrégate mujer! a lo bueno, al amor, a tus sueños, alma tierna, transparente...
Camina mujer, que los horizontes siempre estarán y el cielo te protegerá porque la inmensidad de tu dicha es grande, es real, es dulce, es humana.
Camina mujer, camina en donde el rocío amanece buscando ser desvanecido por el sol, donde los cantos de tu voz sean oídos, donde cada poro de tu piel sea deseado y tu risa sea el más dulce sonido.
Camina mujer, dónde en ningún lado y en todos, donde tu silencio signifique nada y lo sea todo.
Levántate pequeña alma, alma sufrida, alma solitaria que afuera te esperan el universo, la luna, el sol y las estrellas en rosales muertos a causa de tus noches en vela, lamentos de la inútil espera, de la decepción del destino y los malos juegos de un tal cupido.
Mujer que guardas en tu vientre la esperanza de la vida y en tus puños apretados la dulzura de saberte fuerte, digna, amorosa.
Mujer, saca ya tus clavos y se tu propio infierno, porque la vida nos espera y la muerte nos ampara hasta el último suspiro no merecido ni rescatado...

Ayded Hernández Díaz.


(Ayded H.D)

sábado, 17 de marzo de 2018

Lugares en los que la realidad se altera un poco

Por @sparklingmaris


Cuando quedas de verte en un lugar con alguien y llegas tu primero y estas esperando...
Nuestra habitación después de las 4 am.
Iglesias

/Lugares en los que la realidad se altera un poco.

Tweet de @poyoetc 
https://twitter.com/poyoetc/status/961281510803374081

Fotografías de @sparklingmaris
https://www.instagram.com/holacaleidoscopio/





jueves, 15 de marzo de 2018

El día que alimenté una mosca

  Por @La_Chia_


                                                        "El día que alimenté una mosca"

¿Cómo llegué hasta aquí?, yo no quería esto ¿o sí?, ¿Por qué me hace tan feliz?...estoy cansada.

No, definitivamente no era lo que tenía en mente, estar sentada frente a una persona que no deja de sorprenderme en el momento más inesperado y al mismo tiempo tan lejos. Que sientes que nada encaja, que todo es nuevo, que lloras que gritas que te confundes, que te consuelas que aprendes, te enojas, te reclamas, te cuestionas, te aceptas y aprendes, y luego, surge algo que te hará cuestionarte de igual manera.
Nadie te dice lo duro y difícil y lo cuestionable que será. Sólo está, no importa quién te aconseje, a quién leas o de quién te apoyes, todo será sorprendente.

Era un día normal, lleno de rutina y de estrés, la casa olía a su platillo favorito y mi mente recordaba las cosas por hacer entre sonidos de risas y murmullos, llegaba y salía familia pero todo parecía en segundo plato yo sólo podía concentrarme en el burbujear de la comida y en estar en alerta al fuego. Mi inconsciente me pedía que pusiera atención pero lo silenciaba repitiendo las cosas por hacer, para no escuchar lo que mi mente me repetía: 'estás en crisis detente, detente'. El murmullo seguía.

Sostenía la jarra de agua cuando resbaló de mi mano, pero eso no silenció el murmullo y yo seguía limpiando el agua derramada y cocinando. El murmullo seguía.
Puse dos platos, dos vasos y dos cubiertos para servir la comida. Serví  el espagueti y el agua, pero no me senté a comer; le escuche agradecer por servir la comida y mi mente contestó en automático - de nada. El murmullo continuó.

Recuerdo no sentarme a comer porque había salpicado mantequilla en la estufa y eso molestaba a mi vista, estaba enfadada porque no lograba desengrasarla y de pronto, me dirigí a comer. Di la media vuelta y ahí estaba nuevamente el murmullo, sólo podía ver su espalda pequeña. Ella comía y hablaba. Le decía que ese era su platillo favorito, le preguntaba que si estaba cansada y parecía hacer pausas como esperando respuesta.

Me senté, la vi, y me di cuenta que estaba una mosca en un tercer plato muy cerca donde estaba mi hija. La intenté correr y mi hija alzando la voz me dijo - ¡No!, es mi amiga y tiene hambre. Mi corazón y mi voz se retuvieron por unos segundos que me parecieron una eternidad.
La vi y le sonreí; ella le había puesto un espagueti en aquel plato y le hablaba.

Esa tarde comí con mi hija y alimenté una mosca. Me era difícil mantener la fuerza en mi voz, sólo podía envidiar todas las  hermosas anécdotas que debió haber contado a aquellas afortunada mosca y que yo ignoré.

La mosca se mantuvo por solo unos minutos más, voló, nos despedimos de ella y continuamos comiendo, hablando, riendo y conociéndonos.

Me pregunto si ella aún recordará a la mosca.


domingo, 11 de marzo de 2018

PERDÓN RICHARD DAWKINS, ESTOY DE ACUERDO CON KIKA NIETO.

Por @gabolonio


Richard Dawkins dice que él no respeta a la gente religiosa. Su argumento es que no se debe respetar la ignorancia, porque causa sufrimiento e intolerancia. Estoy citándolo muy irresponsablemente. No debería hacerlo. Dios me libre de entablar un debate con alguien tan certero y afilado.

Kika Nieto dijo que Dios hizo al hombre para que esté con la mujer y a la mujer para que esté con el hombre (desgraciadamente no dijo que igualmente en sentido contrario y viceversa) y que quién no lo hace así, está mal, pero ella los tolera. La estoy citando muy irresponsablemente. No debería hacerlo. Dios me libre de entablar un debate con alguien tan frívola y retrógrada.

Me puse a estalquearla. Vámonos por pasos. Perdón por ser superficial pero vi la calidad de su contenido y mi conclusión es que sus pingüis (así le dice a sus seguidores) la siguen porque está bonita. Pero está bonita rara. Me gusta ver bonitas raras. Tiene algo de rasgos indígenas sudamericanos que le dan un toque exótico. Hay algo inquietante en su mordida, en sus dientes superiores. Se ve super fit. En uno de sus videos tiene un reto de publicar todos los días, durante una semana, una foto parodiando Kendall Jenner. Eso confirmó que la señorita (ella dice que va a llegar virgen al matrimonio) sí es muy superficial. En otro de sus videos la vi hablando de la importancia de ser una mujer fuerte y no mostrar debilidad. Y lo dijo con tanta convicción que hasta me sentí regañado. Por un momento me sentí mujer frágil que muestra debilidad y me avergoncé de mí mismo. Entonces la señorita Kika tiene convicciones, esa mirada de convicción es de alguien con certezas Siempre respeto eso. Sí es superficial, pero se cuida mucho superficialmente. Es decir: no es de esas personas superficiales que solo desean y admiran algo que no pueden alcanzar. También respeto esa relación entre deseo y realización. Pero pues dice que los gays están mal.

Me quedé pensando.

Últimamente he tenido que convivir con personas que piensan muy diferente a mí. Por ejemplo, hoy tuve una junta con un pastor cristiano para hacerle unos videos de una escuela de odontología. Hablamos de arte y hasta le presté un libro de Gombrich. Me nació prestárselo. También platicamos del respeto. Él es cristiano y sabe que yo no creo en dios, pero eso no nos impide convivir y colaborar. Hay límites que no cruzaríamos. Yo no me metería con su familia, él no se metería con mi porno. Me hace sonreir pensar en eso.

Mi amiga Gloria es fan de Jodorowsky. Yo lo detesto. Pero respeto las razones por las que lo quiere y aunque no las respetara, ella es un ser humano que quiero mucho, no dejaría que ningún gustito o creencia nos distanciara. Ella piensa igual. No necesito que me aplauda mi odio a Jodorowky, ni ella necesita que yo le aplauda su psicomagia paternal.

Tener la razón no sirve de nada. Nuestras creencias están sobrevaloradas. He visto luchadores y luchadoras sociales empedernidos siendo mezquinos con sus amigos, siendo egoístas y caprichosos. He conocido personas con ideas brillantes sin ninguna preocupación por ser coherentes con sus acciones. Decir que no se está de acuerdo con algo, pero tolerarlo, es una lección de respeto, siempre y cuando no se interprete tolerar como soportar de malas, sino como ejercicio de la tolerancia cívica. La tolerancia es fundamental para sentir empatía por quienes son distintos a nosotros. El cristianismo está vivo y tienen ideas difíciles intolerantes machistas. No podemos decirles cómo piensen acerca de cualquier cosa, pero sí debemos exigir tolerancia y si se nos da, deberíamos agradecerla. Perdón Richard Dawkins, estoy de acuerdo con Kika Nieto.


viernes, 9 de marzo de 2018

No saben de ti

Por @KatHalley



Todos dicen que lo deje, que es cosa de locos seguir corriendo tras de un balón que siempre ha de alejarse, que la única que pierde soy yo.

Que sólo me estoy causando heridas a mí misma, que no vale la pena ir por la vida con el corazón en la mano por ti, que ya pasará, que estás mal y corro el riesgo de terminar igual.
Dicen que practique el amor propio, que vaya a terapia, algunos hasta aseguran que encontraré a alguien más.

Y me importa un carajo lo que digan, porque no saben de ti, no saben de nosotros y porque tengo el derecho de ejercer mi libre albedrío y seguir causándome una herida a tu nombre si así lo quiero.
Y es que no saben de ti, de cómo se me iluminan los ojos cuando te veo, de nuestros encuentros sorpresivos por las calles de esta ciudad, de nuestras pláticas y de todo lo vivido, de nuestros sábados, de nuestros domingos, de los momentos que hemos compartido, de esa mesita de madera donde se podría resumir toda nuestra historia o de ese lugarcito del Barrio en específico donde muchas veces nos sentamos a comer pizza o a fumar. No saben que cada semana hacemos nuestra la ciudad y caminas a mi lado y entonces todo está bien. No lo entienden porque no lo han vivido.

Y no, no saben que cuando te alejas siento como cada parte de mi ser te sigue necesitando, la sensación de vacío cada vez que te quiero contar algo y no puedo, no saben que a veces es inútil correr en medio de la lluvia porque eso sólo hará que termines empapándote aún más y nunca he sido de huir.

Quizá tienen razón y lo dicen por mi bien, pero es que no concibo la idea de no verte caminando por las calles de esta ciudad y de no escuchar lo que tienes para decir.

Y quizá valga la pena esperar cada vez que me sueltas hasta que me vuelves a sujetar porque entonces cuando eso pasa, sé que se me olvidan todas esas noches extrañándote y nos volvemos a apoderar de esta loca historia.

Y, ¿qué importa que no entiendan? si tú y yo nos entendemos de vez en cuando y agregamos un capítulo nuevo a nuestra historia y con eso nos basta.

miércoles, 7 de marzo de 2018

los días

Por @PunkSentimental



a veces los días eran tan ligeros

y el aire tan entero.

a veces era difícil levantarse,

abrir los ojos para salir al día.

dejar el sueño,

arrancarse de él.

sábado, 3 de marzo de 2018

Por haberme olvidado

Por @cumbiabich

Salió de su cantón con emoción desenfrenada donde el grito efusivo de la gente estaba al borde de la calle. Corría con una pelota de futbol con dominio exagerado.
Lo confrontaban los mejores jugadores pero nadie podía quitarle el balón.
Corría una calle y otra, corría decenas de éstas. 

Después de un tramo, llegó a un terreno sin hierba con superficie de tierra seca y dura en donde se metió y acomodado en el centro de ésta se detuvo.
Puso la mirada enseguida, en una propiedad que le dividía con una malla ciclónica como de dos metros de altura según se miraba, y donde un perro negro y muy gordo ladrándole esperaba. 

Cruzaron miradas y el vato se lanzó con el balón hacia la malla trepándola con la pelota pegada al pie. Como poseyendo una capacidad antigravitacional intermitente.

Llegando hasta lo más alto el perro enbroncado a cada salto alcanzaba a morderlo como una secuencia de máquina de tortura.
Se había sentado en la malla como asiento de bicicleta. Derecha del lado del perro e izquierda del lado del terreno.

La insistencia del muchacho por superar el tramo era con tal necedad, pero bueno, ya saben cómo a veces se obsesiona la gente.

Por otro lado, el público que estaba a la expectativa había desaparecido. 

Pasado esto, el vato desistió, y en su fracaso y con la madreada que el perro le dio, saltó pa abajo, se cayó, y se regresó al centro del terreno.

A luego se escuchó como un abrir, con un crujido de una puerta vieja oxidada que estaba al final de la malla hacia el fondo en el mismo terreno del perro. 

Era un wey aparentemente, no estoy seguro la neta porque no alcancé a ver, pero este vato se arrimó a la malla a la altura del fondo y vio salir a un wey con cara de ojete y con una fusca:
—Estás bien pendejo. Mira que venirte hasta aquí

Cortó cartucho y el visitante se echó a correr. O sea el vato del balón.

Y este otro se fue tras él disparándole; se miraba que iba envergado mientras todo el escenario desde el cielo hasta la tierra, cambiaba de color.

Ya era de noche. Se miraban raras las cosas en las calles. Como si el mercadito estuviera de moda pero sin tanta gente.
Carros viejos de hace ochenta años, donde vacilaban estacionados con el motor encendido y las luces apagadas. Todo se volvía blanco y negro.

Mientras estos weyes corrían tras sí mismos sin parar como si no hubiese lugares dónde esconderse a descansar, la gente seguía en su pedo. Así como cuando estás muerto pero crees que estás vivo y tu morra te manda alv pero porque ya te moriste. 

Corrieron un chingo, bueno nomás como dos pueblos, que en este caso eran fronterizos.

Y bajaron el ritmo cuando llegaron a divisar(ver) una especie de arroyo medio seco con una mínima corriente, y a lo más lejos, una alta marea color café que se acercaba.

El cara de ojete ante esto paró porque ya se le habían acabado las balas. Nunca le dio. 
Y como si le hubiera dado miedo, o un cambio de orden, mandato, de ganas o porque se le quitó lo envergado, se regresó de donde venía.

Al vato sin importarle siguió con el balón, y siguió y siguió como si aún algo lo persiguiera o corriendo en la misma dirección como si lo esperaran. Y mientras se acercaba al arroyo, veía cómo también la marea café estaba más cerca. 

Sentía unas hondas emociones pero como que se las reprimía. 

La forma del arroyo estaba hecha en signos y una ele.
Así: L.

Y él venía en la parte de abajo, de donde se unen las dos líneas de la letra donde cambia el sentido de la línea de la letra. 

Por ende, el camino empezaba a terminarse y no quedaba de otra que tener que insertarse en la corriente si quería cruzar camino e irse, o seguir hacia otro destino que se dejara llevar por la corriente pero a otro mundo desconocido. 

Volteó a ver el resto del entorno buscando más opciones pero no había nada, ni cuevas ni agujeros ni matorrales ni tampoco árboles que le hicieran el favor de resguardarse aunque fuera un ratito.
Ni vergas.
Y estaba sudado. 

Pobrecito.

Bale berga la bida.

Y aunque el vato tenía fuerzas desmedidas y rarezas indistintas, tampoco era africano de esos que viven de maratones.
Más bien era como extraterrestre.
Un ser de leche. 

Bueno, terminando de pensar y de ver que el arroyo finalmente sería su compromiso, paró ante él, y como muro inventor a su frente, se orilló a dicho arroyo para calcular el fondo. 

Ya no sólo la marea se veía café, sino también todo lo visible que se alcanzaba a ver en este bonito y hermoso paisaje.

Pasado esto se aclaró el color, hasta quedar en un sepia familiar donde no existían las cámaras digitales.

—Ya se madreó este pedo— pensó.

Y vio cómo sus manos y su cuerpo y su ropa se hacía al mismo tono que lo demás.

Se metió al agua y con tanto café por aquí y por allá pensaba si sería lodo, mierda o sólo su color.
Pero no había olor. 

Pasó un rato.
Y ya bien entrado en el ritmo de la corriente, alcanzó a escuchar unos gritos chillantes:
era la llegada de la venida y cada vez con mayor intensidad sonora.

—¿Serán bebés muertos del futuro?— se preguntó.

Entendamos que como parte de la adaptación tragaba y escupía agua del arroyo acrecentado.
Sucia, con veneno, contaminada, la verdad quién sabe.

Dicho al hecho, vio unos remolinos al aire como parte del camino de la corriente.
Esos sí eran bien negros. Como aquel perro que les platiqué. 

También salían manchas peludas móviles. Así sin coherencia. 

El sonido chillante cada vez se hacía más ensordecedor y este vato como humano que era, soñaba con ser sordo, como no sabiendo qué interpretar. 
Y comenzó a sufrir.

Las transformaciones muchas veces duelen. 

Los oídos le explotaban. 
Y miraba el movimiento negro del paisaje, unas tristes medusas de algodón que se inconformaban amarga y volátilmente en el cielo. 
Y que difuminaban un vapor que estorbaba el pedo. 

Luego se clareó, y empezaron a salir jabalíes al aire y al agua, al aire, al agua, al aire y al agua, al aire, al agua y así sin más cosa interesante hasta que se vació el cielo y el arroyo con sonidos de una licuadora, amalgamando decenas de miles de animales.

Petrificado en su mirada el vato y estando a punto de mezclarse con ellos, aún casi virgen humano tal como había llegado, tuvo un último pensamiento: inventarse un cuchillo o cualquier cosa con filo para matarse.

Después oyó un murmuro:
Nunca te has querido.
Déjate llevar. Vamos amarnos.

Y también lo efímero estaba presente y subrayando la partida, proveía la aparición de un infarto, se desorbitaban sus ojos y luego al ras del mestizaje, el vato tomó una bonita tranquilidad y ya así como que metido en la idea, vio comenzar su renacimiento.

Se oyó una estentórea exclamación de satisfacción al momento de escucharse el agua partirse cuando dio su primer paso sobre el agua. 

Un ser parecido al humano volando con animales y metiéndose al río. Despareciéndose de desparecer salieron brincolines sin trampolines como la saturación del producto en la vasija caliente saltando de alegría y eso que no todos cabían. 

—Saca la plática, jabalí. ¿Hablas español? Yo soy de Cadereyta y estudié agronomía. 
Dime ¿qué hacen aquí? ¿Cuál es nuestro destino? Yo siempre he estado solo. 

Sonaron las alarmas imaginarias y comenzó a transformarse en jabalí, se le rompieron los huesos en desorden. Recordaba los madrazos mientras los dientes y la nariz se le enchuecaban como clavos torcidos. 

Le salieron granos rosados con punta blanca, millones de pelos y unos colmillos jugosos y con dicha láctea prodigiosa.
Se miraban raros los contrastes. 

Cambió su sonido de parloteo humano en unos rechinidos.
Se estaba haciendo compatible.
Y también le salía lo chillón.

Empezó hacer el ridículo y lloraba porque no sabía quién era su mamá. 
Sus amores pasados ya no existían.

Sonaba de alegría su nuevo corazón. Como un virus que venía del centro para infectar de alegría todo lo de afuera y lo de adentro. 

Después, un grupo que se había ido al cielo sin caer, desapareció en remolinos que en la parte alta aún succionaba, y como en un cansancio indiferente se fueron cayendo al río.
El reflejo de la ciudad se sobrepoblaba. 
Había grandes y había chiquitos. 

Y nadándose unos con otros, todos en bola, se hicieron amigos en la pena y en la gloria.
Campantes y apaciguados. Yéndose en la corriente hasta allá quién sabe dónde.

Sólo dios incomprensible. 

Las risas de los nuevos inocentes son como los mejores amantes, sin maldad ni malasañas. 

Los animales jugaron con el balón como primavera en la alberca. Después lo partieron y se lo comieron como pastel. 
Las emigraciones de entes no son como el desamor, no duran para siempre.


La vida como un vaiven.

jueves, 1 de marzo de 2018

Me vengo reencontrando

Por La Pinche Lluviedad 

Me he extrañado.
Digo “me he extrañado” porque me he echado de menos pero también de repente, aunque sigo siendo yo, he sido una yo extraña.
Y pues me vengo reencontrando, me vengo reclamando toda.
Primero los dedos suavecitos. Les han llamado pequeños, anchos, gordos, y, aunque quizá tarde, yo los reivindico. Tienen las dimensiones perfectas para lo que los necesito: se pasean por el brazo de la guitarra, emocionados; por el teclado de la compu, frenéticos; se plantan en el piso, seguros cada vez más, si es hora de jugar a pararse de manos; se zombifican sembrando plantas en el celular para matar otros zombis digitales de otro tipo; se aferran a la aguja y el hilo, atentos pero relajados, para hacer pulseras superprofesionales; se enganchan a una pluma, inspirados, y anudan letras a veces indescifrables; sujetan, firmes, el balón; trasladan, enamorados, comida hacia mi boca, y aceptan, entre resignados y divertidos, que los chupe cuando quedan en ellos vestigios de una comida particularmente deliciosa. Manejan, dibujan, colorean, cocinan, me limpian, me ensucian, saludan, abren, cierran, avisan, acompañan, (casi) todo.
Hechos a la medida, los agradezco, y ahora que estoy sola, o mejor dicho, estoy conmigo, los aprovecho. Me acompañan primero al cabello. Ese sobre el que una que otra vez gente ajena se las ha dado de autoridad, por qué no te lo sueltas, por qué no te lo pintas, por qué no lo que sea, o de plano en la calle se las han ingeniado para, con una aspiración ruidosa y soez, dejar claro que mi cuerpo, incluyendo mi cabello y mis olores, está a disposición del disfrute de cualquier miserable perturbado que me encuentre por ahí.
Eso en su putrefacto mundo, porque en realidad es mío (el cabello, claro, no el miserable perturbado). Yo lo rescato recorriendo sus ondas con esos dedos ya míos míos, reconociendo cómo se agrupa en hebras desordenadas; son míos sus espirales ocasionales y son míos los más delgaditos que van marcando donde empieza la frente, las sienes, la nuca, y en esos campos suavecitos paseo más rato los dedos, que saltan a las cejas que vuelven también a ser mías, mi primer gran receptor de cariño limpio y que también se van desvaneciendo, pero sin llegar a desaparecer, hacia el centro, al punto donde se define si una tiene uniceja o no, y sí tengo, claro que tengo, y muy mía también.
Recupero la nariz que ha sido llamada de bruja y sí es de bruja, pero no por su forma sino porque es mía; los labios gorditos los libero, entre repaso y repaso con los dedos, de los juicios de quienes han usado su gorditez para criticarlos. Y ya libres, su suavidad, su blandura al centro y firmeza en los bordos despiertan a mi lengua que de una vez recobro. Sale instintiva, a acariciar una comisura de los labios; la otra, mi boca es mía toda de nuevo, los dientes despiertan con la lengua, que despierta también a veces risas, enojos, deseos, pero ahora la cosa es conmigo, y sigue solazándose en los labios mientras los dedos continúan reconquistando el cuerpo entero, ayudados de los ojos.
Los ojos reconocen como propia la piel que también va despertando, como alertada por reflejo: “Allá arriba el cuerpo está siendo poseído por su legítima dueña, seguro viene hacia acá”, y mientras la lengua y dientes se entretienen en los labios, los ojos ven crisparse a la piel, poquito en partes, en otras más notoriamente, y los dedos continúan con su camino, despacito, y esa palabra también urge recuperarla pero ahora la cosa es con mi cuerpo.
Los dedos se trasladan de las orejas aduraznadas al cuello, y lo reivindican. Alientan a estirarse a ese cuello que ha sido constreñido y violentado de puro aborrecimiento, o de aborrecimiento puro, por alguien desesperado por sentirse superior a alguien, de demostrar autoridad. Cuello fuerte, mis dedos recorren sus tendones, sienten sus músculos, sus venas, sus huesos y sus huecos, y lo tranquilizan, con amor y con deseo, porque es un buen cuello, lo circundan, lo conectan con el puente empedrado que lleva de la nuca a la espalda y le reafirman que la única autoridad en él soy yo.
Cuando los dedos alcanzan las clavículas, los hombros suaves y fuertes, mis pechos no parecen estar dispuestos a esperar a que los reclamen, y reclaman ellos los dedos de la otra mano. Demandan ese tacto que les va a exorcizar innumerables llamados humillantes callejeros y en espacios de dizque confianza, y cada toque grosero de cabrones y cabronas ajenos que han decidido que se pueden servir de ellos cuando se les antoje, por lascivia o por puro poder, o de plano porque mear a alguien entre humanos no funciona porque no identificamos olores de orines.
Se reencuentran los dedos y los senos, y mientras las flores morenas que al inicio de la reconquista empezaban a cerrarse terminan de contraerse, los dedos de la otra mano reclaman su sitio natural en los huequitos entre las costillas, y cuando los dedos de la otra mano saltan a la muñeca de la otra mano, se estira inconcebiblemente el límite entre la voz y el aliento.
La otra mano ya está en el otro brazo cuya mano está en el otro brazo y los reconocen, y les reconocen su fortaleza, su resistencia, haber absorbido golpes, haber protegido al resto del cuerpo, saber resistirse al abismo tramposo de violentar a alguien más.
Y desde los brazos atiendo de nuevo el llamado de los senos, que ahora vuelven a reclamar contacto, pero les recuerdan a las manos que más abajo está también la barriguita, esa de la que también demasiada gente tiene algo que opinar o que juzgar pero es mía, con sus pelitos y ese ombligo tan profundo que bien podría ser, de hecho, el ombligo del universo… o si no, de perdida un agujero negro. Fsshhh.
Es suave la barriguita. Los ojos indican que tiene sombras ricas de ver, las manos comprueban que tiene concavidades ricas de tocar, y la nombro mía con las manos que ya hace rato que no son solo dedos, son palma y son garra y son puño y son fuerza, son deseo y presión y calor y suavidad móvil. La nombro mía con mis ojos y con la voz que a estas alturas ya rompió el límite del suspiro, aunque no ha dejado de acompañarse por la exhalación y la respiración sonoras.
La nombro mi panza con todo mi ser, y con el nombre me la apropio y la amo, pero por ahora mis manos la rebasan: una reconoce el terreno de los iliacos mientras la otra explora ese canal terso que divide la espalda en lados pero no en propiedad: las dos mitades y la división son mías, y qué está haciendo la otra mano otra vez en el pecho, ya se dieron cuenta mano y pecho y cuerpo y sexo que ahí (ahí) el truco se origina más dulce, más doliente, más ansioso y más cálido, y mientras reanudo la tarea de reocupación con las manos adueñándose de las piernas, noto que al cuerpo hace rato que no le basta con esperar pasivamente a que las manos vengan a reivindicarlo, y se revuelve, se restriega, se aprieta, acaricia, da cosquillas, besa, roza, acerca y aleja de cada miembro posible con cada parte movible y sensible.
Y caigo en cuenta, no por perspicaz sino porque es cada vez más evidente, que mientras me distraía en ser piel y reclamar el cuerpo todo con el cuerpo todo, mi corazón ha ido conquistando también todo mi territorio: palpita en mi garganta, en las sienes lo siento, en el pecho, en el sexo que estará expandiendo sus dominios, o si no por qué cuando mi mano acaricia la parte interna de mi muslo lo siento ahí, ahí, en ese palpitar que se va apoderando de todos los demás y cuando, de repente ya atrajo mi mano, su mano, le dicta el ritmo con el que lo debe acariciar, con el que lo debe ocupar.

Humedad, latidos, mordidas, caricias, suspiros, aceleración, gemidos, pecho, muslos, dedos, tríceps, cuello, labios, labios.
Soberanía y esa cosquilla extenuante que se disuelve en una sonrisa que solo yo me sé y que se queda como bandera, marcando el territorio que me pertenece, hasta la próxima misión de esas con las que me vengo reencontrando.

Sueño ligero