lunes, 27 de agosto de 2018

BLASFEMIAS BENDITAS

"Los mecos del cura me supieron a mierda esta mañana, seguro mi hermanito llegó antes y como siempre está manchado me tocó probar su mierda de paso, mañana debo madrugar, esto sabe de la verga, de la verga con popó." 

¿Usted, padre o madre de familia, quiere que a sus hijos les pasé esto, o quieren enterarse después de que ya ha sucedido, o quieren ir a interrumpirlo en este preciso momento? Desafortunadamente vivimos con una plaga sistémica de depredadores sexuales desde hace más de 2,000 años, la cual está perfectamente organizada y constantemente están recibiendo información de cada nuevo niño que nace cerca de su área de acción.

CADA BAUTIZO ES INFORMACIÓN SOBRE UNA NUEVA PRESA POTENCIAL.

Además no hay manera de saber quien en la Iglesia Católica es o ha sido o siempre seguirá siendo un depredador sexual, mantienen una estricta opacidad inescrutable para cualquier persona ajena a su organización, por lo cual lo único razonable es establecer defensas proactivas desde las más tempranas edades. 

LO PRIMERO ES OBVIO, NO RELACIONARSE CON LA IGLESIA. 

Ningún niño debería quedar al alcance de ningún depredador, de cualquier clase.

LO SEGUNDO ES ENSEÑARLOS A BLASFEMAR.

No se debe descartar el impacto psicológico de una blasfemia, bien utilizada puede detener a un atacante el tiempo suficiente para escapar. Lo más sencillo es entrenar a los pequeños del hogar a repetir las siguientes palabras si alguna vez se encuentran en la presencia de algún sacerdote, en cualquier situación, aunque el sacerdote implicado no esté interactuando con el niño, este de todos modos debe saber decir, en cuanto vea al sacerdote y a todo pulmón "EL ESPÍRITU SANTO ES PURO PEDO", esta sencilla frase es fácil de memorizar y divertida para repetir; después con el desarrollo del lenguaje y de los procesos cognitivos de los niños se podrán ir agregando elementos a esta blasfemia e ir creando las suyas propias. Otras sugerencias son las siguientes: 

"LA "VIRGEN" MARÍA ES UN APODO IRÓNICO" es una blasfemia útil para discutir sobre los dobles estándares impuestos a la sexualidad entre hombres y mujeres desde siempre.

"EL ESPÍRITU SANTO ES UN FANTASMA VIOLADOR" es una blasfemia útil para discutir sobre consentimiento y como los mitos similares de divinidades violadoras reflejan la perpetuidad de la cultura de la violación.

"JESUCRISTO FUE UN MITO QUE SIGUE SIENDO REDITUABLE", esta blasfemia puede ayudar a discutir sobre los efectos nocivos del capitalismo y la mercadotecnia con su publicidad engañosa.

Y EL TERCER PUNTO ES, OBVIAMENTE; EDUCAR ATEOS.



martes, 21 de agosto de 2018

Te quiero de mil maneras.


Te quiero de mil maneras.

Te quiero de mil maneras, cuando duermes y cuando sueñas, te quiero cuando hablas y cuando te pierdes en tu imaginación de niño, soñando y cayendo.

Te quiero mientras acaricias mi cabello, miras mis defectos más discretos y no te vas.

Te quiero cuando tranquilizas mi alma y la haces ver menos negra, cuando me siento menos muerta por las caricias que te hago en mi mente y sobre tu piel bajo la luz y en plena obscuridad.

Te quiero cuando el viento sopla y despeina tus ideas, cuando callas mi boca con mil besos y te despides con uno, porque siempre hay un regreso, un nuevo encuentro.

Te quiero cuando haces temblar mis piernas, hasta que mi sombra se esconda bajo la noche y el frío cale menos en el alma.

Te quiero sin pudor y en mi miedo de perderme en caminos dónde no estés tú, en la soledad que nadie quiere.

Te quiero en mi regreso y te anhelo detrás de cada puerta que mis manos tocan y mis piernas cruzan a ciegas.

Te quiero en la distancia, en lo prohibido y en lo soñado, en mi realidad y en la fantasía, te quiero en el silencio, en el mañana y en el por siempre.

Te quiero cuando ríes y cuando te marchas decepcionado del mundo fatal y delirante.

Te quiero y te querré hasta que el sol deje de esconderse del otro lado dela tierra y la luna caiga.

Te quiero hasta que el espacio sea ocupado por alguien que no sea Dios, y las estrellas se junten para morir conmigo 
Te quiero de la forma en que se quiere al "amor de una vida", para siempre y para amarla, así te quiero, así te amo.




Ayded HDíaz.

miércoles, 15 de agosto de 2018

tqm mrc

Escrito por: @antropotiroidea


Estaba viendo hacia dentro de mi.
Era eso o aventarme desde un puente sin botón de auxilio antisuicida.


Siempre quise ser habitada por insectos.
Los encontré.


Las mariposas bailaban charanga y un escorpión la hacía de contorsionista
...
tan parecido al amor:
La vorágine y la lucha contra sí mismo.


La modernidad trae consigo atajos para el romance que sistematizan el enamoramiento,
dos mil dieciocho:
creemos que Luis Miguel es un dios,
“un Sol en un pueblo azteca”;
usamos Netflix para ver Televisa pero desde un servicio de paga;
nos entra el pack antes del par de frases que marcarán un fin siniestro;
tarareamos igual que el Padre Nuestro:
“Se nos va acabando el trago
sin saber qué es lo que hago
si contengo mis instintos
o jamás te dejo ir…”


Después volvemos a la cordura,
a retomar el papel vulnerable,
es mainstream cantar las de 1997 pero no pensar así,
ahora tenemos un smartphone,
feminismo y tiempo aire:
denunciamos por Twitter
lo que antes fue amor romántico.


Regresamos a la calma,
al mood de muerte chiquita,
crowdfunding de maestría y viajes a París,
tqm mrc

domingo, 5 de agosto de 2018

Disertación del fuego


By @Annberbiz


Quisiera aclarar que no tengo razón ni obligación de justificar lo que he hecho, porque todo ha sido un mero acto de justicia divina, pero si tuviera que hacerlo, y sólo si tuviera que hacerlo, debo mencionar que todo comenzó a razón de que, sin deberla ni temerla, mi destino fue servir como el más miserable de los esclavos, cumpliendo jornadas dignas de país tercermundista, recompensado con apenas el alimento necesario para no extinguirme y convertirme en un recuerdo de ese lugar oscuro y frío que representa la muerte.
Aunque, pensándolo bien, ustedes fueron los primeros en romper el trato que teníamos, me prometieron un lugar a su lado. En otros tiempos, los humanos me veneraban como a ustedes mismos, me temían, se postraban ante mí porque sabían que su existencia dependía de mí. Pero, ahora todo ha cambiado. Un buen día se creyeron mis dueños, creyeron conocerme y dominarme, así que me hicieron prisionero, me obligaron a contenerme en toda clase de artefactos… Pero, conmigo se equivocan, yo siempre los sorprendo, aparezco cuando nadie se lo espera.

Todo sucedió de repente. Me encontraba en el momento más oscuro del día, esperando servir. Aún tengo la sensación de hastío y ninguna razón de ser; fue como si de un momento a otro pudiese tener el control de crecer y crecer. El sonido de un silbido tenue llenó por completo mis oídos, trataba de encontrar de dónde venía, pero no pude moverme a gusto. Fue su olor el que lo delató, se acercó despacio y de pronto nos fundimos en un abrazo prolongado, a su lado me sentí invencible;  de inmediato me adherí a las cosas que tenía cerca: maderas con disoluciones de aceites secos y volátiles que me hacían feliz en el instante. Recorrí las escasas telas de la cocina, me propagué por los trapos que recubrían las sillas y la sala. Fui conociendo parte de la casa, aunque pensándolo bien, conocí la casa hasta convertirla en un lienzo de cenizas y soledad.

 Los años viejos me pueden acusar de haber quemado vivas a muchas personas acusadas de brujería, culparme de un sinnúmero de muertes dolorosas y horribles que, repito, no tengo obligación de justificar porque yo nunca planee tales aberraciones, dicho de otro modo, se podría decir que yo sólo he sido el instrumento y, sin tratar de escudarme en padecimiento mental alguno, como sí hacen muchos otros, yo siempre he actuado según mi naturaleza y la función que Dios ha puesto en mis manos.

  Es más, dependo de la naturaleza de todo lo que está a mi alrededor, en especial de aquellos con los que tengo que convivir todos los días, en todo caso los dioses tienen la culpa por hacerme tan atractivo para los caracteres explosivos ¿No? Siempre sucede igual: estoy tratando de portarme bien cuando, de pronto, siento la presencia irresistible; lo detecto por el olor, por la textura, por el color, mis moléculas se inquietan cada vez más y más, hasta que me dejo llevar y exploto, entonces, ya nadie puede detenerme, me abandono al gozo, en ese momento de gozo no pienso en nada más que ser libre, devorar todo a mi paso ser yo mismo. Después viene la culpa y el arrepentimiento, pero sólo por un momento porque sé que en cuanto se acerque un cuerpo explosivo, la historia volverá a repetirse.        


viernes, 3 de agosto de 2018

Las leyes del hielo

Por @cumbiabich

Carta de Los Adefesios según Pancracio 




Esta pinche cosa de estarte escribiendo para que todo lo entiendas me lleva a la idea de que cuando repartieron las misiones, las que a mí me dieron fueron manipuladas.

Tu idea de que todo tiene que estar basado en la locura para que las historias funcionen nomás tú las crees.
Y me cuesta estar dispuesto a seguir metiendo más inversión discutiva basado en tus argumentos cortos.

No entiendo por qué en muchas historias soportan tanto la existencia de los locos.
O por qué cuando dan esbozos en su inicio de locura y ya saben que se nos va a venir el desmadre, nadie, ni un personaje ni el creador o escritora, labora por hacerlos a un lado o desaparecerlos.

Siempre abusamos de los locos. Esas historias no tienen que ser siempre pertenecidas a sus putos caos.
El mundo inventado no es lo que suponen, Rocío. 
Cambia y adáptate. 

Sí-sí, pero también por otro lado acepto que la entereza no tiene que ser siempre equilibrada pese a que pueda parecer contradictorio.
Porque no se le da el lugar que merece.

Creo que la racionalidad sana a veces da mucho más qué hablar que la locura. Pero bueno, como ésta otra posiblemente es la que muchas veces suele pagar bien, es la que termina siendo la cara chida de la moneda.

La locura es chantajista y aunque te empute tener que aceptarlo alguna vez vas a tener que hacerlo antes de que llegue el año 2022.

¡Rocío, Rocío, ra ra ra!


Comprende, que no me importará si sigues apoyando a los esclavos ahora que planean modificar sus alas de algodón para las peleas. Está bien, no importa, tú échale ganas para que te vaya bien y puedas cumplir lo que deseas.

Pero también dedicarte a otra cosa es lo tuyo, como trabajando con nosotros. Lo traes en la sangre. No por otra cosa te contratamos. Eres toda una promesa. Una maravilla.

Decidas lo que decidas no nos volveremos a ver.
Mi nave está destruída y quemada por el sol y me han pedido que busque algo reciclado y con nueva clave.

Oyes, y apóyate con los carros fiuchas.

Ni de pedo te van a dar pistolas láser pero van a estar pasando por tu casa después del camión de la basura. 
  
No es necesario pedirte prudencia porque se supone que ya la tienes reactivada, pero tampoco trates de hacerte mensa; porque si la vuelves a cagar, te voy a poner en las revistas de moda para que regreses a los anaqueles que tanto criticabas.

Yo no prometo. Yo cumplo. 

No rompas la carta. La haces bolita y la sordeas porfa. El cartero está trabajando con nosotros y le estamos pagando con comida. Ese pinche mugrero nos sirve pa engañar la panza.

También te guardé unas maruchan que me trajeron del futuro.

Sé que es muy difícil pero anhelo verte de nuevo. Platicar y saber de ti. 
Prender el sonido y cantar por las noches.
Volver a escuchar tu hermosa voz.

Me dejaste grabado why do stars, fall down from the sky, everytime, you walk by? Just like me, they long to be, close to you.....

Te extraño.

Chrisantemo.

miércoles, 1 de agosto de 2018

This Is Moth

-La Lluviedad

Cambió de página y le llamó la atención su nombre.
Años de practicar y dominar las oscuras artes del egocentrismo le habían otorgado una especie de radar para detectar todo lo que estuviera relacionado con ella, aunque fuera remotamente.
Ahí, en el periódico, era su nombre el que estaba impreso debajo de la foto de un cadáver.
No era su nombre entonces, era el nombre del cadáver. Pero el cadáver y ella compartían el mismo nombre. Y si era el mismo, entonces sí era suyo.
El periódico decía que la habían atropellado por la tarde. No decía que a ella, decía que al cadáver, antes de ser cadáver, pero que de cualquier modo tenía el mismo nombre que ella.
No era muy afecta a leer la nota roja pero en ese momento no tenía nada que hacer, así que había pensado en hojear completo el periódico hasta que llegó al punto en el que su nombre de cadáver atrajo su atención. Entonces quiso leer toda la información, que no era mucha realmente.
Se presumía que había sido un vehículo pesado, cuyo conductor se había dado a la fuga. Un vehículo pesado, obviamente. Uno ligero no la habría matado, pero aún no inventaban el carro incapaz de matar a alguien.
Se quedó un rato pensando en su nombre de muerta. A lo mejor alguno de sus amigos o un familiar leería el mismo periódico, vería su nombre impreso debajo de la foto de un cadáver cubierto con una sábana, con un chorrito de sangre saliéndole por un lado, como queriendo escapar hacia otro sitio con menos muerte.
La sangre huyendo de su antiguo cuerpo. Qué horror. No tardaba en sonar el teléfono, no era tan temprano como para que alguien más no hubiera reconocido ya su nombre en el periódico. O en otro, o en las noticias de la tele o en radio, aunque en ese tipo de muertes casi siempre prefieren no gastar tiempo. Hay cosas qué anunciar.
Un vehículo pesado.
Un conductor que se dio a la fuga. No habría cambiado mucho si se hubiera quedado.
A lo mejor habría llamado más pronto a los paramédicos, que quizá habrían prolongado un poco la vida del cadáver. La vida del cadáver. ¿Habría sido también en vida un cadáver? Quizá habría vivido unos minutos más, algunas horas; según decía la nota, el golpe le causó heridas de gravedad. Heridas de gravedad.
A lo mejor habría pasado una de esas cosas que llaman milagros y habrían alcanzado a estabilizarla y llevarla a alguna clínica. Y el cadáver habría vivido muchos años más. Una prolongación inútil de la vida: la muerte siempre está después. Mucho o poco después, pero siempre después. Después de años, después de segundos o milésimas de segundo. U horas. O inmediatamente después de un aviso impreso en la nota roja.
Tu nombre ya está muerto, sigues tú. Alicia, sigues tú.
(Sonó el teléfono. Era un amigo de esos que no son amigos porque siempre están esperando ser algo más y una siempre espera que sean un poquito menos.
Hablaba para saber si estaba bien. Algo había leído en el periódico. No acostumbraba leer la nota roja pero años de practicar y dominar las nobles artes de la obsesión le habían otorgado una especie de radar para detectar cualquier cosa que estuviera relacionada con su desiderátum, aunque fuera remotamente. Palabras más, palabras menos, claro.
De todas las personas que Alicia pensaba que podrían llamarle para cerciorarse de que no fuera ella el cadáver, él era quien menos quería que lo hiciera, aunque era también el único de quien se habría sentido decepcionada si no llamaba.
Para él, la conversación duró unos treinta segundos. Para ella, diez minutos. Para la compañía de teléfonos duró lo que en promedio dura una llamada destinada a verificar que la persona a quien se llama no es la muerta que con el mismo nombre aparece en el diario, atropellada. Al menos eso, aunque abreviado, era lo que diría unas semanas más tarde en el recibo. Más impuestos.
Durante los tres minutos que se prolongó la conversación, él y su torpeza estuvieron tratando de hacer que Alicia se diera cuenta de cuánto se preocupaba por ella, pero sin que se diera cuenta de que quería que se diera cuenta. A lo mejor, si se daba cuenta de que consagraba todas sus angustias a ella, le daría una oportunidad para preocuparse por ella con mayor razón, incluso quizá de satisfacer esa fantasía patológica que tenía de celarla con derecho.
Pero tres minutos no son suficientes para convencer a alguien de aceptar una abnegación tímida como sustituto del heroísmo, pues es mucho más barata y menos gallarda. Tampoco alcanzan para admitir a la insistencia inoportuna en lugar de la atracción; tres minutos, sin embargo, fueron más que el tiempo necesario para que Alicia se quedara sin frases educadas y distantes, y sintiera la necesidad apremiante de mentir diciendo que llamaban a la puerta, para tener que colgar.
Alicia se quedó pensando. No quería morirse y que nada más el enfadoso fuera a su funeral. O peor, que él lo organizara porque nadie más se había enterado. ¿Pero querría morirse si Jacobo Zabludovsky diera la noticia y toda la ciudad fuera al funeral?) No. No quería morirse. No, morirse no: morir. Ese se de morirse es como un consuelo ínfimo, como considerarlo un acto para sí misma, o mitigar un poco la contundencia, infantilizándolo porque luego se llega a una edad en la que nadie dice “se murió”, sino “murió”, o “falleció”. Morir es morir, por más retórica, por más coloquial, poética, por más eufemística, más elíptica que se quiera poner una al nombrarlo o no nombrarlo. Morir y ya. Y aun así, ella seguía dándole vueltas, explicando de mil formas que después de morir no hay nada, ya no hay después. Morir y ya. Como una puerta que quien la atraviesa desaparece, una puerta que detrás de sí no esconde nada. Morir y ya, morir y nada. Ni siquiera muerte, que sería algo. La muerte es invento de los vivos. Morir, en cambio, sí existe.
Así se dio el nacimiento de su obsesión por no morir. Los siguientes meses fueron los más plenos. De angustia. Abría el cajón de los calcetines limpios y junto a sus favoritos, estaba la angustia, probándose unas medias. ¿Iría a morir aplastada por culpa de un terremoto?, ¿en un accidente?, ¿una inundación?, ¿hambre?, ¿sed? Prendía la tele para distraerse un poco, y la angustia estaba anunciando un pastelito; al principio era un pastelito, al menos, pero se despedía con un mensaje ambivalente: “Recuérdame”. Cada quien tendría algo que haber recordado, seguramente mucha gente recordaría algo lindo. Alicia recordaba aquello que quería evadir, y se fue convenciendo de que esta angustia era muy buena publicista.
Se cortaba las uñas de los pies y ahí estaba la angustia, a un lado, mirando sus uñas, con gesto reprobatorio, sugiriendo que era tiempo de un pedicure. ¿Iría a morir desangrada?, ¿qué tal si de un susto le daba diabetes y llegaba el día en que no sintiera las cortadas en los pies?, ¿habría gangrena?, ¿qué pasa cuando a alguien le amputan una parte?, ¿esa parte lo espera en el cielo o en el infierno, o en el purgatorio?, no tenía las extremidades bautizadas. ¿Morirá aparte la parte?, la parte partida de Alicia Partida. ¿Habrá túnel con una luz al final para extremidades que mueren antes que su propietario?, ¿irán reencarnando antes que el resto del cuerpo?, en un animal pequeño, quizá. En una extremidad inferior si fue mala en vida; en extremidad superior si fue buena, en la rama de un árbol a lo mejor.
Salía, cautelosa para atravesar la calle, y la angustia la saludaba, sentada en alguna piedra, o la miraba pasar desde su escondite en una grieta en el pavimento. ¿Atropellada?, ¿tiene algo que ver nuestro nombre con el modo en que morimos? ¿Todas las Alicias Partida mueren atropelladas?, ¿sólo policontundidas? ¿O es al revés y como una ya murió así, las demás ya tienen que conseguir otra causa de muerte? ¿O no tiene nada que ver el nombre?, debe tener algo que ver, si no, no nombraríamos todo, no. Pero para descifrar eso de los nombres… a ella no le interesaba entender, ella quería no morir.
Durante un tiempo intentó permanecer despierta tanto como fuera posible; dormir le parecía un ensayo de la muerte, algo que definitivamente no quería perfeccionar. Algo que desde luego a ella misma le pareció tonto después. Entonces intentó permanecer dormida tanto como fuera posible; si iba a morir, prefería no darse cuenta.
Hubo una etapa en la que procuraba no comer nada, no fuera a envenenarse, no fuera a ahogarse con algún pedacito mal masticado, no fuera a comerse alguna bacteria. Pero tampoco quería alguna desnutrición que acarreara problemas fatales. No quería salir a la calle, no quería permanecer mucho tiempo en ningún edificio.
Tuvo incluso que renunciar a sus impulsos de desearle mal a la gente que le molestara (que siempre sobra pero nunca es suficiente), por aquello de la ley boomerang. O el karma. O la ironía sin pretensiones. No estaba completamente segura de multiplicado por cuántas veces se le habría regresado algún mal pensamiento, y por lo tanto desconocía también qué tan feo necesitaba pensar algo para que se le regresara ya no como pensamiento, sino como repercusión física, o si cada vez iba empeorando, o si de veras alguien podría morir por pura justicia hiperbolizada. La sobrejusticia.
A lo mejor variaba; podía ser que un simple “pinche güey”, encontrando al karma de malas, le pudiera costar la vida. O desearle directamente la muerte a alguien, decírselo en su cara, reírse de algún accidente fatal, si encontraba de buenas al karma, a lo mejor apenas y habría resultado en una uña enterrada, lo que tampoco quería, desde luego, por cuestiones de gangrena y otras complicaciones ya descritas. Podía ser que dependiera del humor del karma, así como de la calidad del boomerang, y de la sutileza de la ironía.
Pero el pensamiento es difícil de controlar. Empezó a imaginarse a sí misma deseándole mal a casi cualquier persona con la que se topaba, sólo por la necesidad de no desearle mal a nadie. Entonces sin saber dónde podría estar más físicamente segura ni con qué podría distraer sus compulsivas ideas sádicas no tardó mucho en darse cuenta de que era imposible evitar todas las situaciones que pusieran en riesgo su vida. Toda huida de la muerte es temporal; todo escape eventual. No quería no temer, quería no morir. Lo que necesitaba era ser capaz de enfrentar la muerte y salir con vida. De ser posible, con más vida, aunque con vida era suficiente.
Quería ser inmortal.
Había que hacer algo pues. Consagró todo su tiempo libre, que era bastante, a documentarse sobre la inmortalidad. Por un lado, siguió rastreando cualquier noticia que hablara de otra Alicia Partida, buscando además con conocidos rastros de su nombre y la muerte de él. No halló nada más al respecto. Aparte, revisó libros, revistas, películas, leyendas que tocaran el tema de la inmortalidad. Consiguió varias traducciones distintas de novelas y cuentos que podrían serle útiles. Independientemente de la intención del escritor o del lector, ficción no necesariamente quería decir mentira.
Sus hallazgos sugirieron, por ejemplo, que la hipnosis no funcionaría; congelamiento, alimentación basada en grandes raciones de sangre ajena, quizá sí; también dominio de la energía en planos alternos; conseguir una de estas botellitas de elíxir de algo. De la vida, de la juventud eterna. Juventud y belleza eternas, como estos de los retratos. Muy bonita, muy poética la metáfora de transferir la vida a una obra de arte, de todas fue la que más le gustó, pero de las primeras que descartó por extraordinariamente fantásticas.
De todas maneras ella quería su cuerpo, por lo cual también quedaba descartada la idea de contratar a algún plan de congelamiento. O de reanimación vía vudú. No quería ser el zombi de nadie, no quería ser la paleta de hielo de nadie. Su cuerpo, su Alicia, su nombre.
A partir de su determinación de no morir, el tiempo acabó por descomponerse. O por dejar de aparentar congruencia cuadrada. Los días a veces parecían de apenas unas ocho horas, y a veces llegaban a durar hasta unos dos o tres días. Los años pasaron muy rápido, pero las horas conservaban una dimensión habitual. Eran las únicas que llevaban un flujo regular, en el cual no le costaba trabajo a Alicia acomodar sus obsesiones con una tumultuosidad meticulosa que a lo largo de los meses fue sosegándose. A veces a lo largo de los segundos.
A lo largo de los años, meses o segundos que duró su búsqueda, se hizo de algunos líquidos milagrosos. Por no dejar, también terminó por convencerse y consiguió que uno de sus amigos artistas hiciera un retrato de ella, desnuda. No fuera a transferirse el poder inmortalizador de la pintura a la ropa y resultara que sólo consiguiera un atuendo eterno que podrían utilizar sus descendientes, por los siglos de los siglos, a reserva de las variaciones en la moda.
El cuadro era sencillo pero en la medida de lo posible, sin espectacularidades, se parecía mucho a ella. La piel morena retratada indicaba la suavidad que el lienzo no tenía, pero ella sí. En eso había salido bien. Había elegido salir sonriendo en primer lugar por cuestiones de narcisismo, su sonrisa brillaba, era hermosa. Dejaba un suspiro cálido en quien supiera mirar sonrisas, incluso si no la conocía. En segundo lugar había querido que su cuadro sonriera por si finalmente resultaba que funcionaba; quería una existencia alegre, si iba a ser eterna y si no era mucho pedir.
Se hizo también de amuletos, algunos de diseños complejísimos, otros simples, otros transparentes. Hechizos, conjuros de religiones y contrarreligiones que no aparecían en las enciclopedias. Casi todo lo mainstream en ese sentido, si ofrecía algo parecido era vida después de la muerte; u otra vida distinta, tras la muerte. Lo que ella buscaba era no morir, de eso nunca se desvió.
Algunos de los objetos que consiguió eran bastante grandes, como el tótem que le trajo un tío de un viaje, y con el que llegó a tropezarse más de una vez, descalza con el consiguiente griterío de dolor que posiblemente era parte del ritual. Sacrificios a cambio de su pretensión suprema. Sufrir con sentido.
Otros eran muy pequeños y llegó a perder uno que otro. Probablemente alguno de sus detractores los habría robado. No faltaba quien no creyera en la inmortalidad y entre ellos tampoco faltaba, como en todo, quien se empeñara en convencer a los demás de sus propias ideas interfiriendo directamente con trampas en su vida.
Elíxires no faltaban tampoco. Mediante viajes propios y de conocidos fue llenándose de frasquitos. Probó casi todos y el sabor de la mayoría tenía algún timbre en común. Indescriptible, único para quien de veras busca la inmortalidad en una bebida. Un sabor fuerte casi todos; debía ser fuerte si quería ganarle a la muerte. Sin embargo había otros que intentarían ganarle subrepticiamente. Invisibles, inodoros, insípidos, sutiles, que querían escabullirse, pasar por debajo de la muerte, por alguna esquinita, y que cuando la muerte se diera cuenta ya estar detrás de ella. En tu cara, muerte, ¡en tu cara vacía!
Todos tenían el sabor tonto de la esperanza, claro; siempre mezclada con desesperanza, dependía de su humor. De sus hormonas, de su vida alrededor de la búsqueda de inmortalidad. De su familia, sus eventuales parejas, de sus amigos. Por temporadas cambiaba de elíxir, por temporadas cambiaba de estrategia.
Un día encontró en su agua para el café una palomilla muerta, posiblemente ahogada. Podía ser también que hubiera muerto de algún pequeño infarto mientras volaba y se hubiera desplomado, suavemente, en el agua de su café.
Fuera como fuera, esa agua ya no servía. Le causaba un poco de repulsión esa laminita café flotando en ella, un pedacito de corteza de árbol animal.
Pero también se le ocurrió que, igual a como seguramente elaboraban alguno de esos elíxires que tomaba, esta agua ya estaba infectada de muerte. Infestada de la muerte que la palomita había conseguido ahogándose o infartándose, pero también de la muerte inherente a toda palomilla, todas tan suicidas, siempre buscando la luz sin importar nada más. Capaces de quemarse con la única finalidad de llegar a la luz. Capaces de aceptar la muerte por algún matamoscas, periódico o revista con tal de tocar la luz de la pantalla de la tele. Sin duda unas apasionadas de lo luminoso pero sin duda también unas estúpidas.
Igual que ella bebiendo casi cualquier elíxir como si no existiera lo tóxico. ¿Qué tal que en uno de esos frasquitos encontraba la muerte en lugar de la inmortalidad?
Otro día, mientras veía la tele, tuvo una idea, justo cuando una palomilla acariciaba y golpeaba a ratos la luz que irradiaba la pantalla. Si las palomillas eran tan kamikaze seguramente al karma no le importaría mucho que empezara a usarlas como conejillos de Indias. Palomillas de Indias.
Si realmente uno de esos elíxires funcionaba sería imposible para la palomilla ahogarse en él. No sería difícil capturar alguna, con una trampa de luz y algo de paciencia y delicadeza de dedos.
Fue capturando algunas. Al principio las mataba o las despedazaba un poco, karma, no te fijes, puede ser que a alguna de ellas le atraiga también la idea de la inmortalidad, puede ser que algún elíxir sea el bueno y vivamos juntas y felices para siempre.
A medida que fue perfeccionando su estrategia para capturarlas fue desechando también, cada vez más rápido, elíxires. No importaba la poca agüita que vertiera sobre la palomilla, siempre se ahogaban. Las dejaba reposando en alguna repisa y volvía horas más tarde, días más tarde, a buscarlas. Seguían siendo un cadáver.
Un día despertó con un miedo que creía haber dominado. Despertó temblando. Hacía frío, sí, pero su temblor tenía algo como de nervios, frío, un poco de ese estremecimiento excitante llamado thrill, y un mucho de miedo. Se levantó convencida de que ese día moriría. Ella, no el día.
Tuvo un poco de resentimiento por todo el tiempo y dinero que había dedicado a la búsqueda de la inmortalidad. Estúpida muerte. Estúpida búsqueda. No dejaba de temblar. Hizo sus cosas regularmente, no tenía por qué hacer cambios. Estaba bien un último día poco espectacular para una vida poco espectacular.
Hizo algunas llamadas, no muchas porque con la mayoría de la gente no habría hecho ninguna diferencia. Se terminó, por no dejar, el último frasquito de elíxir. Le gustaba esa palabra. Dejó remojando una palomilla en él y salió.
Esa tarde buscó, sin dejar de esperar encontrar a la muerte escondida a la vuelta de alguna esquina, hacer algo que le reconfortara. Un poco de otro cuerpo para su cuerpo. Siempre el sexo le había hecho sentir que le daba la espalda a la muerte por unos instantes, y ese día sería más espalda que nunca, o quizá darle la cara, a lo mejor conseguiría la más grande de esas muertes chiquitas que luego anuncian tanto por ahí.
Vio a su novio, se abrazaron, se besaron, se tocaron, desafiaron varias veces la ley esta de la impenetrabilidad de la materia. Se abrazaron más, se besaron más; desafiaron más leyes. Físicas y civiles. Seguramente también religiosas.
Se querían... por alguna razón. De pronto, esa falta de lógica hizo que Alicia entendiera que aunque su idea de vivir no andaba tan perdida, la premisa, los medios, los fines y posiblemente los principios habían estado torcidos. Imaginó que quien está dispuesto a vivir eternamente por amor a la vida, en oposición a quien pretende ser inmortal por temor a morir, está listo para aceptar la muerte como y cuando venga.
No murió esa noche. Ni el día siguiente. Ni pocas tardes después, lo cual en otras circunstancias le habría hecho sentirse estúpida, pero tampoco era cuestión de estar masacrando autoestimas.
Se sentía viva y realmente no era una sensación muy distinta a todos los años que había vivido hasta entonces. Nada espectacular aún. La diferencia consistía en que, salvada su obsesión más reciente, tenía mucho más tiempo libre para actividades a lo mejor más placenteras, seguramente menos costosas y quizá menos extravagantes a juicio de sus conocidos.
Días más tarde, lista para su siguiente obsesión y al estar recogiendo la colección que había armado ejerciendo la anterior, notó que en su retrato, ese de la sonrisa, había aparecido pintada una palomilla posada en su hombro, justo donde la luz de la pintura era más clara y su piel, hasta entonces, había proyectado más realismo, como si de veras estuviera viva. Igual que ahora la palomilla.


Sueño ligero