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miércoles, 27 de junio de 2018
Medicina forense ficción
jueves, 21 de junio de 2018
No
eres tú, ni soy yo, es el "nosotros"
miércoles, 13 de junio de 2018
La Ciudad de la Furia
@josoclasputnik
Vivo en la Ciudad de la Furia. Una ciudad muy similar a la que cantaba Cerati en el 89’; una donde formas parte de todo o de nada. Por donde camines apesta a orines e inseguridad.
sábado, 9 de junio de 2018
Domingo 10
Fueron sus ojos.
No, no fueron sus ojos, fue la manera en que ellos me miraban.
Si hubiera estado un ejército ahí frente a él, ese mismo día hubieran entregado sus armas.
Y no, esa tarde de diciembre con un calor inusual para la temporada yo jamás habría imaginado que ese rostro que tenía enfrente (el que sería capaz de hacer a un ejército entregar sus armas con su mirada) me iba a costar más de 300 noches de lágrimas.
Esa sonrisa, esos ojos y ese rostro fueron culpables de que por un tiempo yo sonriera como tonta al escuchar una de mis canciones favoritas, me regalaron una de las mejores Navidades de mi vida, pero también la peor.
Pero en el momento nunca pude imaginar de lo que eran capaces esos ojos. 3 sobredosis y una huida.
A veces siento que pudo haber estado en mis manos evitarlo, pero ¿quién se iba a imaginar el peligro que hay al aceptarle una salida con café y pastel tortuga a un amigo?
A veces siento también que pude haber cambiado mi destino y no conocerlo nunca, pero las personas perdidas siempre se terminan encontrando por casualidad.
A veces siento que hubiera estado mejor sin conocer el dolor de ver los ojos por los que moría, morir por alguien más.
Y yo bromeando le decía “han pasado ya 19 días, 207 noches y si Sabina está en lo correcto, en 293 noches te olvido”, y yo bromeando me decía “ya volverá”…
A veces lo busco detrás de la barra de cualquier bar, o cuando voy sola caminando por la ajetreada ciudad, a veces lo busco y lo encuentro pero sé que no volverá.
martes, 5 de junio de 2018
Lo inequívoco de la ciudad
domingo, 3 de junio de 2018
El que se caga pierde 2
"Siempre habrá deberes por descuidar, que por llegar primero al baño".
Anónimo
Ochenta años después, en otra rutina nueva que tuve donde trabajaba en un restaurante.
Un lugar desos 'modernos' de diseño, menús y clientes exigentes.
Pasaba el tiempo cocinando y atendiendo clientes y dejando esa necesidad básica para cuando estuviera en casa.
Pero nunca supe si era por un nuevo control digestivo por estar en un lugar nuevo o si en realidad porque había caído en una etapa de estreñimiento o qué pedo.
La verdad nunca la supe.
Lo que sí me pasó fue que había olvidado por un tiempo aquel baño de los dioses que tanto tiempo anhelé y que aquí en abril les conté.
Los sanguinarios de este lugar laboral hacía como que me gustaban pero en realidad eran ordinarios. Y de hecho cuando llegué en mis primeros días de trabajo me tocó que los habían estado renovando.
Empecé a llevarme chido con el gerente porque al vato le gustaba el metal y le gustaba platicar de bandas y todo ese pedo ritxs.
Pero bueno, ya saben también cómo son las adaptaciones de las masas.
Y en mi primera semana no había ocurrido que necesitara de ellos, de los baños. Hasta que una vez empezaron a hacerme ojitos.
Así de: veñ, veñ a mí.
Esa vez recuerdo que una piña en conjunto con un nopal estaban haciendo un huracán en mi interior.
Y pasaba por afuera de los sanitarios y nomás los veía de reojo pero la neta el movimiento del tobogán cada vez más y más hacía que se me antojara estar en su presencia.
Y caí. Caí y caí.
Después se asimiló el pedo, en la chinga, en depender ahí como mi segundo lugar de confianza.
Y entonces llegaron las historias populares. La subgerente echaba madres cada que iba al baño. Eso era siempre después de cada corte de turno, donde sólo lo hacía yendo al baño de los vatos.
Y cada que salía la queja era porque los asientos siempre tenían residuos de orines.
Pinches cabrones, tamaño agujerote y no le atinan. Muy vergudos los putos. Ay ajá. Pendejos. Siempre sus pinches miados escurriéndose.
El gerente, sin dejar la mano sobre la caja registradora de cobro pero mirando de reojo a la fémina molesta, negaba con su cabeza las formas de la morra. Y la dejó que terminara.
—Y tú siempre metiéndote al baño que no te corresponde. Deja de quejarte y métete al tuyo. ¿O qué es lo que hace interesante el de los hombres?
—Brincos dieras cabrón. Ya quisieras estar conmigo animal. Si entro al de ustedes es porque las tazas son más amplias y más cómodas. El puto cabrón que diseñó todo este pedo nos puso unos baños bien ojetes.
—¡A la verga! —grité yo.
Y automáticamente yo y el gerente corrimos a ver y la subge se vino tras nosotros.
Eran inauditos los baños de las mujeres, veíamos y no lo creíamos, bueno yo más, porque este wey se cagó y no dejaba de reírse. Cosa que a la subge emputó más.
Los retretes eran muy muy estrechos y sin tapas. Yo veía pero no entendía. La sentadera fija decaía de forma drástica hacia adentro. ¿Les suena familiar? Pues sí, porque daba la sensación de que te caerías hacia dentro como si te succionaran las nalgas. Ya nomás faltaba que te cogieran.
Luego un wey que acostumbraba presumir conocimientos interrumpió el silencio que empezaba a darse y dijo que eran así porque se trataba de un diseño de sanitarios militares.
Y lo mandamos a la verga.
—No, es que es neta. Estos son especiales para la guerra. Sólo para lo básico: llegas, cagas y te vas. Nada de andar tirando barra. Si aguantas aplastado dos minutos ahí es un chingo.
La espuma de la risa subía y el sudor tan impestivo como el instante donde la subgerente de arrebato toda cagada salió azotando la puerta.
—Por eso no puede checar su face— dijo ahogado y enrojecido el gerente chorreándosele la saliva y haciendo cochiqueos de cerdo marrano puerco. —¡Su inbox!—jajajjajaj.
Afortunadamente para la subgerente, a la semana siguiente la cambiaron de sucursal y a su jefe le hizo pedo por dichos estados de los baños.
El jefe salió igual de burlón que el gerente pero después entendió que la marca estaba corriendo riesgo de demandas con las clientas.
Tiempo después dejé de trabajar ahí porque salió una propuesta de la nassa a un proyecto para ir a cazar extraterrestres al espacio.
Pero no era cualquier caza de fantasía. La idea trataba de hacer unas pruebas con sanitarios móviles en sus naves pero antes de esto, bloquear los de las naves alienígenas y así con esto, atraer a lo seres hacia los nuestros.
Decían que era una idea muy disparatada pero que los tiempos habían cambiado mucho y que entre más ridículos los planes de trabajo, los gobernantes quedarían más satisfechos aprobando mayores presupuestos a la agencia.
Pero como yo no pasé las pruebas pues no se hizo,
así que me metí de barrendero al ayuntamiento.
Pero esa ya es otra historia.
viernes, 1 de junio de 2018
Cada quien su adicción
El llamado del vacío, le dicen.
Yo lo siento en las palmas de las manos, me sudan apenas lo necesario para ponerse heladas, les da esa cosquilla ansiosa y dulce, a veces nauseabunda, que me late en el sexo cuando te tengo ganas, que se me aloja en la panza cuando veo un accidente, que me rasca la nuca cuando la culpa o la vergüenza se ponen mi nombre.
A veces visito las orillas de las azoteas para excitar el miedo, el vértigo, la semilla de mi muerte, la nada. Sudo un rato y pienso en lo que sea, canto, repaso la lista del mandado, recuerdo mi niñez o lo que quiero ser, lo que ya no fui, contemplo lo igual que seguirá todo cuando haya vuelto al Vacío.
Espero que la cosquilla magnética me enfríe las plantas de los pies, a veces sonrío cuando me convence la desesperanza que siempre vuelve, y sigo viviendo. Mientras. Voy a casa, te abrazo, te quiero, reímos, comemos, nos tocamos apenas o poquito o mucho o completos por dentro y por fuera, y seguimos viviendo mientras.
A veces busco la cosquillita parándome en un puente a ver los carros desde arriba. Hay muchos que asemejan ataúdes, algunos coloridos de más, otros vanguardistas si es que tal concepto existe en ese contexto, y otros más descuidados, descarapelados, como féretros que nadie quiso y se amarillaron rechazados. Pero no me oscurece la imagen de filas de ataúdes transportándose incesantes, esos qué.
Me llena de nada el desfile de personas, de vidas completas con sus pasados, con sus futuros y sus urgencias actuales. Las imagino, me pongo en su lugar, voy en camino a pagar la renta, otra vez; voy a la clínica, a prolongar qué; voy a comer, otra vez; voy a la playa, a mirar de frente ese juego de espejos, cielo, mar, abismos azules profundos pletóricos de ángeles y otras criaturas de horror; voy a enamorarme, otra vez; voy a desenamorarme, otra vez; voy a matar a alguien, al cine, a la escuela, al gimnasio, de vacaciones, a entregar el carro, a una junta. A hacer cualquier escala que me toque hoy de camino a donde todos vamos.
Voy con cualquier asunto importante que también va derechito a desaparecer, a no haber significado nada, voy, va cada uno con su propio ritmo pero a la misma nada. Me lleno de sus nadas y me vibran y voy a casa con mi oscuridad satisfecha y dormida.
Pero a veces me llama fuerte esa cosquilla desde casa, me palpita de las manos hasta los codos; en las plantas de los pies; desde el sexo hasta la nuca, atravesando la panza. Y no busco alturas para desahogarme, voy a ti, con ansias, con un nuevo insulto para ti. Con un empujarte un poquito más allá a esa oscuridad en la que te permites vivir conmigo y desde la que me ves con esos ojos de víctima cada vez más hundidos, sepultados.
Minutos, horas o días después te sobo. Te ungüento o te beso, te construyo un pedestal altísimo que te debe dar las mismas cosquillas adictivas del abismo porque por algo seguimos aquí.
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Caricias que se desvanecen instantáneas. Caricias que se ocurren pero no ocurren. Que correrían dichosas la tela que también te es caricia...