viernes, 25 de mayo de 2018

Tlacotepec

Por @tigrekarateca

Tlacotepec

“Tlacotepec es municipio es sede del Santuario del señor de Tlacotepec, el cual es visitado por miles de personas que llegan caminando desde diversos puntos de la entidad poblana y del vecino estado de Veracruz el primer domingo del mes de julio de cada año

Era una tarde soleada de julio, estábamos cascareando en la calle. Nos sentamos por el cansancio y uno de los ahí presentes mencionaron que se iban a “Tlacotepec” -¿Tlacotepec?- preguntamos y unos hermanos nos dijeron que se iban a Tlacotepec de peregrinos, mencionaron que estaba chido y que se hacían un día caminando. Entre los que estábamos cascareando estábamos mi hermano, un primo y yo. Le preguntamos más sobre ese lugar y nos dijeron que ya habían ido antes y que iban muchas personas para pedir algún milagro o agradecer al santo de ese lugar. Éramos jóvenes, íbamos en la prepa y se nos hizo fácil decir que nos llevaran. El día de partir era al día siguiente y quedamos de juntar una mochila cada quien con cosas que supuestamente necesitaríamos. En la noche de ese mismo día vimos como pasaban personas con mochilas grandes que iban al lugar y nos dio aún más curiosidad de saber cómo sería, así que arreglamos todo para irnos al siguiente día. Al otro día los que nos habían contado sobre el lugar nos preguntaron si en verdad iríamos y dijimos que sí, que ya teníamos todo listo. Cabe recalcar que esos hermanos eran prácticamente nuestros vecinos, así que estábamos en contacto, más tarde salieron, nosotros los seguimos y mencionaron que desde nuestra locación era muy lejos y que era necesario tomar un autobús que nos dejara cerca del camino. Esperamos al autobús, pero llegó el papá de los muchachos y por alguna extraña razón nos dijeron que ya no irían, nosotros (primo, hermano y yo) ya estábamos esperando el autobús y les dijimos que si iríamos, aunque ellos no fueran. Llegó el autobús subimos y tomamos lugar hasta el final. Íbamos tres personas en un autobús hacia un destino que no conocíamos, es más no sabíamos ni donde bajarnos. El autobús iba lleno de peregrinos y cuando el autobús se detuvo y extrañamente se empezó a vaciar en unas cumbres nosotros los seguimos. Ya afuera del autobús vimos a mucha gente que venia y gente que ya iba encaminada sobre una vereda en las cumbres, los seguimos con nuestras mochilas, íbamos cotorreando, se suponía que era algo católico y que las personas tendrían que ir muy sería sin echar demasiado cotorreo porque eso nos dijeron. íbamos caminando sobre un camino de terracería sobre un cerro, bajo un sol muy fuerte y ni el viento parecía asomarse, pasaron las horas y seguíamos caminando, el cielo se empezaba a nublar y el viento empezaba a correr, parecía que quería llover. Veíamos a muchos niños de la sierra que vendían palitos a un peso -¿Un peso por un palo, para qué lo quiero?- pensaba pero no lo decía, otros niños pedían algunos dulces y varias personas les regalaban dulces, parecía que esas personas ya sabían de que se trataba el viaje. Llegamos a un poblado por seguir a las personas, había veces en que íbamos demasiados en poco terreno y veces en que las calle iban menos concurridas, pero se notaba quienes eran los peregrinos por sus mochilas y quienes eran personas locales, solo nos observaban. La noche llegó y yo ya me sentía cansado de caminar entre calles, terracería y campos, pero no lo expresaba porque sentía que iba a bajar los ánimos entre mi gente (primo y hermano). La noche se apoderó del lugar, seguíamos en conjunto siguiendo a las personas. La lluvia empezaba a arreciar y las personas venían preparadas con sus impermeables, cosa que nosotros no teníamos, pero entre las casas había tiendas que vendían bolsas negras, de esas de basura grande, les hicimos un hoyo en la punta y nos sirvió bastante bien. Pasaban las horas y seguíamos viendo a gente que nos pasaba, ya no había casa ni nada, solo campo, lluvia, lodo, todo nos pesaba. Llegamos a un tipo campamento donde las personas se quedaban a descansar y tomar algún bocadillo para continuar mas tarde su viaje. Nos quedamos un par de horas y seguimos porque supuestamente en el amanecer ya estaríamos llegando a nuestro destino, así que seguimos sobre esos terrenos llenos de lodo. Ya estaba hasta la madre pero no lo decía, supongo que ellos igual. Más adelante iba un tipo con un palo, y recordé los palos que nos querían vender y lo necesarios que eran en un terreno así. El vato iba cojeando, y nos dijo que por favor no lo dejáramos y pues, aunque quisiéramos íbamos al mismo paso, el vato iba cojeando por un accidente de moto y le iba a dar las gracias al santo por que seguía con vida. Ya estaba amaneciendo y ya no había nadie por los caminos, pasó lo peor, estábamos perdidos, caminamos más horas, ahora éramos cuatro personas perdidas buscando los caminos, pasamos por un panteón en medio de la noche y por la mañana llegamos a dar a una carretera federal o algo así, se había hecho la luz, teníamos un camino donde no había pierde. Pasaban las personas y nos decían que era por allá y señalaban a lo lejos y las horas pasaban y pasaban ya era el medio día y nada, el cojo se quedaba cada vez más atrás pero nos daba lastima dejarlo solo así que decidimos subirlo a una camioneta o carro particular pero uno de nosotros lo acompañaría, le dejamos a la suerte y el que lo acompañó fui yo. Nosotros (el cojo y yo) nos quedamos a esperar algún vehículo, mientras ellos seguían caminando porque el cojo de plano ya ni podía con su alma. Tardó un buen rato en pasar una camioneta y nos dio un aventón. La camioneta iba deprisa y se me hizo raro no ver a mis carnales -¿Habrán ido muy deprisa?- Pensé mientras observaba por todos lados si los veía. La camioneta nos dejó ya muy cerca del lugar, solo teníamos que caminar como 10 o 15 cuadras. Me sorprendió saber que nunca vi a mis carnales, llegamos a la iglesia cansados, enlodados y con hambre. Había cientos de personas en los alrededores pero al fin habíamos llegado a la iglesia de Tlacotepec. Solo trataba de encontrar a mis carnales, ellos llegaron como a las dos horas, con picaduras de abejas, pero bien. Nos sentamos en el suelo y yo me quedé dormido, desperté por las campanadas de la iglesia y vi que había misa para los feligreses, mis carnales seguían dormidos. Despertamos y nos fuimos a la parada para volver, de la iglesia hacia nuestro pueblo salían autobuses y afortunadamente llevábamos para volver. Al volver nos regañaron por irnos sin avisar, al primo lo regañaron aún más porque era mormon (o algo así), al cojo lo perdimos en la iglesia, mis carnales regresaron al siguiente año pero yo no pude porque me operaron del apéndice.



miércoles, 23 de mayo de 2018

ROSTROS

Por @yorkieeeee_

Evito cada mañana no sentirme aturdida por tantas expresiones, por dentro estoy ruleteando cada emoción y palabra que apenas voy a poder vomitar. Tengo un vértigo tan dentro de mí, un vacío tan extraño que me altera la personalidad.

Decido no escaparme por callar y expongo cada parte de mí con una sonrisa. Era más fácil que caerme en pedacitos al piso y llorar. No he sabido lidiar con estos demonios y al parecer ellos menos conmigo.


SUEÑOS

Por @yorkieeeee_


–Quiero contarte una historia cariño...
–Claro, dime... –notaste que comenzaba a quebrarme, pero no dijiste más. 

Estábamos a las orillas del espacio, teníamos una casa con un jardín que rodeaba el norte de la estrella. Había nubes al nivel de la cintura, podíamos nadar en ellas al pasar.

Recuerdo que estabas en el columpio más lejano del jardín que por cierto estaba repleto de diamantes, piedras, cuarzos, brillaban muy fuerte y tenue, que apenas era molesto.

–Pero cariño, ¿cómo te atreves a mecerte así? tan bajo. –te grité.
–No, tengo miedo de caer, tengo miedo de volar y no poder sentirme libre. –Llorabas, te estremecías entre el acero que sujetaba el pedazo de plástico que conformaba un columpio. 

Decidí meter las cosas a la casa, un par de prendas y los trastes que utilizamos para tomar algo. Pensé que estabas muy roto y que ni podía hacer mucho al respecto, porque de cualquier forma, yo también lo estoy y eso me rompía más. 

Me puse a recoger las frutas del césped, pensé en hacerte un pastel de frutas. Ya estaba terminando cuando escuché un rasguño al piso, y salté a verte. Estabas cayendo y gritándome al mismo tiempo que fuera contigo.

–¿Vienes? –eso quedó en mi memoría y cuando volteé, tú ya habías saltado a un abismo tan grande que no me dio tiempo de gritar. Salté también. 

Estando a unos segundos de distancia, caes más rápido que yo, comprendo que te hayas dejado ir, pero rogaba para que no me dejaras ir a mí. Escuchaba como tus huesos se apagaron de repente, tu cuerpo había sido silenciado por este espacio tan vacío y bestial. Tenía miedo de apagarme yo también. Cerré los ojos.

–Estamos tan cerca. –Te escuché por dentro, no podía saber cómo lo hacías pero le diste tranquilidad a cada suspiro, traté de apuntarme hacía a ti y dejar suelto este corazon para alcanzarte un poco más, tal vez. 
–Vas muy rápido, trata de sujetarte de mí, no quiero perderte de vista. –Te grité, el sonido seguía sin viajar. Cerré mis ojos, lo volví a gritar, y volteaste, me viste, te detuviste por un segundo y tu sonrisa me dio un respiro; me alentó. 

Pasaron quizá minutos para sentir un miedo intenso en mis venas. Te alejaste nuevamente y desapareciste. Tuve miedo, y me puse totalmente fría, no sabía qué hacer, te fuiste tan rápido que ni pude notar hacía que dirección. Mi cuerpo se estremecía en una horrible ansiedad, incertidumbre de no volver a verte. 

–No puedo, tengo que volver, si sigo tal vez me pierda entre las nubes, y mi esencia quede como una estrella al viento. –Me decía por dentro, trataba de relajarme, darme ese puñito de esperanza de poder llegar. Vi un brillo muy pequeño, me di cuenta que era la fruta del césped. 

En pleno camino, después de haber peleado contra las millones de nubes y haber gritado tu nombre, el oxígeno se acabó, y desgarró mi voz, me sujetó de un suspiro mi alma, y la arrancó por completo, dejándome así, inmersa en soledad y oscuridad. Mi voz había ya rota, la forzaba a gritar, pude sentir como mis huesos tomaron descanso, a pesar de mirar como revoloteaban en medio de nada. Sentí como mis ojos se ahogaban y vomitaban hacia mi cabeza. Sentí como si mis nervios se rompieran y yo escuchará cada crujido.

Sentí un hormigueo en las piernas y mis brazos me jalaron a la cama. Volteé a mi derecha, y ahí estabas, acostado y con todas las cobijas sujetas a tu cuerpo. Te desperté y te golpeé (lo siento mucho por eso), 

–Te suplico que no lo vuelvas a hacer. –te dije mientras te daba pequeños golpeteos en los brazos. Tú ni sabías de qué estaba hablando, sólo entendiste, y abrazaste mi temor, haciendo que se deslizara sobre mis pies, y dejándolo a lado de la cama.
–Por eso anoche...
–Desperté medio llorando, sentí un alivio enorme de verte, pero me quedé con esa horrible sensación de vacío de no tenerte. –me abrazaste y pusiste en mí toda la paz que necesitaba. 

lunes, 21 de mayo de 2018

Hoy es tu cumpleaños.

Por @ayddh


Hoy es tu cumpleaños.


Hoy es tu cumpleaños y una distancia de tiempo y espacio separa el deseo de estar contigo, la vida es astral, yo siempre estoy ahí.

Es tu cumpleaños y sólo tengo un ramillete de lunares dibujados, sobre una vía láctea que comienza en mi alma y termina en mi espalda, son sólo para ti.

Unas cuantas pecas deformes marcadas con tu nombre creando una historia sin fin.
Es tu cumpleaños y yo sólo tengo unos pies cansados, fatigados, deseando caminar junto a ti, desde el inició de la vida y hasta el final de la muerte, caminar y caminar al mismo compás.

Un sueño entre mil sueños, convertidos en deseo; ya no espero verte partir.
Mis hombros moldeados por tus brazos, entre tanto abrazo; te quiero solo a ti.
Hoy es tu cumpleaños y solo tengo para ti, una cintura escandalosa de vaivenes buscando encajar debajo de tu piel para la eternidad.

Caricias sobre tu sombra, besos de esta vida corta, ofreciéndote mil vidas más.
Hoy es tu cumpleaños, una historia hay detrás de tu piel de terciopelo, de la suavidad de tu cabello, del calor de tu ser.

Eres quien eres y deseos me sobran para ti, no quiero que tengas una vida feliz, deseo que seas de los felices en esta vida ....


Ayded HDíaz
Ayded HDíaz

sábado, 19 de mayo de 2018

Gaijin

Por @engentada
Los japoneses no hablan mucho.
Supongo deben sentirse intimidados al ver a alguien con rasgos de otra nacionalidad, una que no saben reconocer del todo bien. Quizá sea su timidez generalizada. Quizá sea el hecho de que, siendo bien sabido, ya que cualquier japonés te lo dice casi de inmediato una vez que los conoces, su nivel general de inglés es malo. Han aprendido, supongo a la mala, que no todos los que visitan su país hablan su idioma. Un idioma que no se habla fuera de sus fronteras. Un idioma que, da la casualidad, he estudiado antes.
Debido a esto, mi vida en Tokyo fue solitaria, en su mayoría.
A excepción de las valientes almas extranjeras que, como yo, andaban solos, carentes de interacción dada la barrera idiomática imaginaria que la población en general te impone.
-¿Cuál sería el país de origen de la clienta? – Me preguntó en un japonés formalísimo la cajera de una conocida cadena japonesa de tiendas de autoservicio.
Envuelta en mi rutina usual, la cual normalmente no involucraba más interacción verbal que el intercambio de números y formalidades del intercambio de bienes comerciales, no entendí del todo bien la pregunta, y además, tampoco había reparado en la rubia que me recibió en el mostrador.
-Ah, ¡soy mexicana! – respondí, con japonés formal, tras tres instantes de deliberación.
-Creía que eras italiana… - Musitó la cajera, cuyo gafete rezaba “Isabella”.
Elaboró un poco más al ver mi cara de confusión, con la pregunta implícita.
-Los italianos, los españoles y los mexicanos nos parecemos mucho, ¿no crees?
-¿Eres de España?
-Italiana.
-Mucho gusto. – Finalicé. Tras una sonrisa, salí de la tienda.
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Kabukicho es, de acuerdo a mi jefe, “un barrio que nunca duerme”. De acuerdo a mis profesoras es “un lugar peligroso, nunca deben ir ahí”, frase ante la cual no podía evitar suspirar, con un tanto de desparpajo. Un lugar peligroso, para la única otra persona que venía de México en la escuela. Seguro.
Camino por lugares más peligrosos en México, diariamente.
Kabukicho es un barrio enclavado justamente entre Shinjuku, uno de los distritos más famosos de Tokyo, y Shin-Ookubo, el barrio Koreano. Está lleno de bares que permanecen abiertos las 24 horas, en particular bares cuyo atractivo principal es la gente que te recibe, te atiende y te hace pasar un buen rato: los “hosts” o “hostess”. Dado el extraño rubro de tal mundillo, es fácil entender perfectamente la profesión real de muchos de ellos al mirar los love hotel y moteles contiguos. Ir caminando por cualquiera de las calles de Kabukicho es en sí una función de galantería sin igual. Hombres que probablemente en la vida real jamás me hubiesen hablado se me acercaban haciendo caravanas y reverencias, invitándome a su bar.
-¿Te acompaño, señorita?
-¿Quieres que te recomiende un lugar bonito?
-¿Looking for a fun night? – Llegaba la pregunta en inglés con evidente acento Jamaiquino, de tanto en tanto, mientras un hombre de raza negra de casi dos metros se acercaba con un talante mucho menos suave que los otros diez japoneses buscando clienta.
-No, thank you, I’m a minor. – Mentí, y me alejé.
-Is it ‘cause I’m black?! – Alcancé a escuchar una vez que me alejé. Seguí mi camino tratando de no doblarme de risa en el acto.
Teniendo una amiga adicta a los videojuegos de música, y estando en una zona en donde abundan los game centers, Kabukicho era una zona de paso común para las dos.
Harta del ambiente estridente de uno de tantos de esos centros de la zona, salí por un rato a buscar una tienda de conveniencia para comprar tabaco.
Frente a las tiendas de conveniencia hay, comúnmente, una zona de fumar. Es fastidioso necesitar buscar una zona como ésa cada vez que se le antoja a uno envenenarse un poco, así que uno aprende a aprovechar.
Las personas que calles atrás morían por invitarme a su bar, esta vez, estaban reunidas en torno al cenicero sin prestarme la menor atención. Así de contrastante es Tokyo. Tres minutos después de haber posado el cigarro en mi boca, seguía removiendo en el interior de mi bolso ante la luz de tungsteno que salía de la tienda de conveniencia en busca de mi encendedor, el cual había decidido no aparecer.
Una mano extranjera se aproximó a ayudarme a encender el vicio, y agradecí con un gesto de la mano. El interlocutor buscó mi rostro con  la mirada, curioso.
-¿Eres japonesa? – Inquirió, en inglés. Evidentemente era turista.
-Nop. – Respondí, con un poco de recelo.
-¿Americana?
-Soy mexicana. – Informé, finalmente.
-¡He ido a Cancún! – Me dijo, con alegría. Era rubio, de cabello rizado y muy alto, para mis estándares.
-¿Eres americano?
-Soy francés. ¿Vas a ir a alguna fiesta?
Era sábado. Lo miré con atención. Si no supiera que era turista, hubiese esperado que junto a él hubiese una bicicleta.
-No, probablemente de aquí me regrese a mi casa.
-¡Qué lástima! Regreso en el vuelo de media noche y estoy quemando un poco el tiempo antes de volver.
-Ojalá encuentres una pronto.
El chico tomó su bicicleta imaginaria y se marchó.

miércoles, 9 de mayo de 2018

De autoestima y autoamor

Por @KatHalley



Amarse y aceptarse. No me llevo bien con esas palabras, incluso podría llegar a decir que jamás las he llevado a la práctica.
Recuerdo como desde los 7 años cuando empecé a ganar peso viví en carne propia lo que era el rechazo y desde mi tierna conciencia ideaba planes para poder ser aceptada, desde dejar de comer en el recreo hasta correr en la plaza obsesivamente, porque ya no quería llorar, porque era más fácil que yo cambiara mi aspecto a cambiar la mente de 17 niñas y hacerles ver que me dolían sus palabras y sus acciones.
Al llegar mi adolescencia y con un peso significativamente menor era más feliz, recuerdo a mi yo de 15 años sintiéndose linda en fotos o al verse en el espejo, y que si bien no tenía ningún pretendiente, al contrario de mis amistades no sentía que eso me hiciera falta o me acomplejaba por ello. Puedo decir que por un buen tiempo me sentí cómoda con mi cuerpo, pero no comprendía que el problema no era bajar de peso.
Luego llegué a conocer de primera mano las relaciones románticas y con ello las decepciones amorosas, y aunque en los 3 primeros fracasos no hubo lágrimas ni rencor, eso no duraría mucho  porque a través de esos fracasos yo ya estaba desarrollando la habilidad de amar y la iba a poner en práctica con hombres que se ganarían mi confianza para después dejarme en el suelo.
Y así fue, llegaron a mi vida hombres como R, M y K. Cada uno muy diferente del otro pero que tuvieron una misma repercusión en mí, a través de cada uno de ellos había llegado a sentir no sólo el rechazo sino también el reemplazo, cada uno de ellos (quizá sin intención) me habían llevado al punto de compararme con otras mujeres que debido a mi baja autoestima siempre iba a ver como mejores y más bellas que yo. Lamentablemente me iba a dar cuenta que la hermosa habilidad de amar que fui desarrollando en mi adolescencia iba a ir a volcarla para mi desgracia en aquellos que me iban a hacer vivir un infierno en la misma Tierra.
Hay cosas que uno simplemente no puede prever, y la vida no para ni nos da tregua por un momento, ni siquiera para superar la pérdida de un ser querido. Hay ocasiones en que aunque nuestras intenciones sean buenas, no serán suficientes.
Sin embargo, un día te levantas y decides que todo ese rechazo lo vas a convertir en ganas de triunfar, en fuerza para hacerlo, ese día para mí fue proponerme el objetivo más grande que he tenido en mi vida y lo logré y aunque no es un camino fácil he tratado de ver que soy valiosa, que tengo muchas cualidades y que he logrado muchas cosas en mi vida, que nada ni nadie me va a quitar mi lugar ni mi valor porque simplemente nadie se puede comparar a lo que soy.
Y no, quizá no soy fuerte -cualidad que uno de esos hombres (R, M o K) me dijo que no tenía y la tipa que me reemplazaba sí-, pero he sabido sobrellevar todo lo que me ha sucedido de buena o mala manera, no soy fuerte pero tampoco tengo miedo de llorar ni de entregarme al cien a una persona que sé de antemano que no me corresponde, porque doy a manos llenas sin mirar a quien, y lloro porque soy humana y porque es normal sentir que te quiebras en ciertos momentos, creo firmemente que quien jamás se entristece o todo le da igual es también incapaz de tener empatía por los demás, así que prefiero sentir.
Y de repente ya no era la Kat que tomaba somníferos, ni la Kat que se lastimaba a sí misma por impotencia, rabia, tristeza.
Y aunque no estoy segura que en un futuro no vuelva a sentir ansiedad por compararme ni que haya llegado a construir un autoestima más fuerte, sé que ahora que me conozco voy a tener de antemano la certeza de que soy como tengo que ser y eso es lo que hace que sea única, que soy la única versión de mí misma y por lo tanto la mejor. Y qué bonito es tener esa certeza.

lunes, 7 de mayo de 2018


Por temporadas
somos todos una cosa fúnebre.
Una cosa ciega.
Tenemos el llanto
y la mirada ennochecida
y llevamos en el pecho
nuestro futuro
y nuestra ruina.
No siempre
Solo por temporadas.

sábado, 5 de mayo de 2018

Sólo un instante

Por @Annberbiz


Sólo un instante


Hay días en los que no te entiendo,

tu cuerpo agrietado le resta protagonismo a la cama.

En la habitación me desgarro de ti, de tus emociones,

de lo individual que hemos sido.

En ocasiones me encuentras en tus días más miserables,

pidiendo una musa que ha muerto.

Porque para ti lo sigo siendo con lo enfermizo del tiempo.

Escribo a partir de una cortina cerrada

que emula la noche en el alma

y no sé porque me molesto en evadirme

Si las letras se gobiernan solas

y terminan yendo siempre detrás de ti.

Ya no encuentro otra forma de adorarte

y aborrecerte al mismo tiempo.

Tengo la ilusa idea de que logras sentir el temblor,

mi temblor de las manos cuando magullo

las teclas en pleno despido.  
  

El abismo es de ambos ahora... 


jueves, 3 de mayo de 2018

Tu mirada en la noche

Por @cumbiabich


Para ti desde el fondo de mi <3




Mi madre se quedó ciega.
Mi madre está ciega pero en sus andares no menosprecia ni restringe su amor.

Hace como una negación de su padecer, proveyendo amor en la cocina en la limpieza de la lavandería que hizo suya a su modo y que nosotros le adecuamos como le gusta.
Y música, siempre música popular.

Me ha dicho que su inspiración, su razón de vida, es el fin de las cosas, un gozo igual en uno y otro. La idea y el hecho.
La antípode del ayer al hoy, en la luz y la oscuridad, sin intervenir para cuajarse como víctima.
Qué admirable.


Pese a ello, los cuidados que le tengo son los de un menú abierto. La solidaridad que le tengo pese a mi insuficiente esfuerzo, se la doy con el tacto que yo intuya o ella no diga. 

No podré tener tanta experiencia como ella pero tengo el recuerdo de vida del que nada de otra cosa he vivido, algo que se haya comparado con esta vivencia guerrera del ser de mi madre con la que se pueda equiparar.


Le he comprado lupas chiquitas y una grande con luz integrada.
Le he proveído señoras que hacen limpieza y cocina, con ese perfil platicador que a ella le gusta. Porque aunque cabe la tristeza, no cabe en el pesimismo permanente.


Su risa ocurrente estimula mi perspectiva de vida. He conocido las sombras a través de ella, donde con mis relatos le platico o explico cosas que vemos en los caminos y lugares.

Ya está grande pero es una muchacha llena de vida de 25 años. Hemos comprado cosas a nuestro alcance, como compras de cocos y otros dulces de leche donde se anima a preguntarle al vendedor las recetas y métodos de fabricación.

Pero no todo en la vida hay reflejo de su innata alegría. También en la carretera a estimados kilómetros le describo la desaparición de lugares que conoció y los hechos en su lugar.

Mi madre está enferma y la amo.
Mi madre está viva y la amo.

Ya no solemos ir tanto a largas salidas como ver los aviones despegar y aterrizar. Pero aún jugamos a la lotería y me pongo a su lado para llenar sus tablas cuando repite el grito de la serie para buscar la tachita, el cuadro o el palito parado o acostado.

Mi madre es la luz de esperanza en este mundo decadente. Es la mirada nocturna de las tres de la mañana para anteponer preguntas fáciles de reconocimiento de qué es lo que pasa.

Sus ojos se fueron al corazón. O más bien éstos están felices de ser los prioritarios en esta recta final.

Mi madre a ti te haría feliz. Te diría qué es lo que tiene en el refri que te pueda cocinar si no, pa mandar traerte cosas y hacerte lo que a ti te gustaría comer en este momento.
Te preguntaría qué es lo que te pasa y que por qué esa mirada triste.

La alegría de mi vida.
La fortaleza que crees tener perdida.


A mi madre la van a internar. Tiene dolores en el estómago. Ha habido mucha fiesta en su vida. Sigue cantando a susurros a paloma san basilio. Son los días en los que llego a la casa sólo para bañarme y de ahí al hospital y después al jale.

Estos días son muy especiales. Tenemos visitas de los abuelos que van y vienen en los sueños o permanecen sentados en el mueble de espera que les dejo para que descansen.

Recuerdo sus pies hinchados. Sus canas en sus peinados de personalidad. Mi madre me pregunta si ya comí. Lloro. Me dice que le diga de qué tengo ganas. Han pasado decenas de noches y me cuenta que mi abuelo anda risueño pero que hay que ir a darle de comer al ganado.

Amanece en esta noche que parecía inacabable.
Amanece afuera pero no en su habitación.

Comenta que mi abuela trajo cientos de luciérnagas para iluminar el cuarto. Que hay grupos formando corazones bien bonitos mientras otros forman senderos llenos de luz por donde se irá con mis abuelos.

Mi madre se despide y me dice que no tardará, que en la mesa dejó la lista del mandado que hace falta para la casa. Y me pide que si mi hermano quiere contratar un karaoke para cuando ella regrese, estaría bien para ver si juntos cantamos unas de juanga.

Mañana será el funeral de mi madre.
Todos están invitados.

Sueño ligero