sábado, 3 de noviembre de 2018

No es feminista


Por @cumbiabich


Tenía como 10 años cuando mi abuela me mandó a comprar unos tés para un familiar enfermo suyo. 

Caminé un chingo, como 2 kilómetros seiscientos cuarenta nueve metros para tomar el camión que me llevaría al mercadito porque los camiones y peseras que pasaban por la casa, tenían otra camino.

Era fastidioso que fuera anca la verga porque era verano
y el sol estaba muy muy fuerte.

"—Mmmm acabas de nacer y ya estás cansado.
Todavía ni te vas y ya te estás quejando"
—me decía la abuela—
"ándale ya vete que se te va hacer más tarde."

Recuerdo que estábamos desos veranos de 38 grados y en la banquetilla de la ventana de la casa de mi abuela se me había quedado el bote con agua que la abuela me había llenado y que a medio camino que me acordé me dio weba regresar por él.

Ya que llegué a la parada habían pasado algo así como 10/15 minutos y el camión no pasaba.
A un lado mío, también toda asoleada,
estaba una morra de unos 25 años, algo así.
Bonita. 

Era un pinche pitadero de los carros que pasaban;
chingos de chiflidos. Otros en cambio, bajaban la velocidad del tsuru y hacían sus panchos gritándole mamada y media. Ah y se creían caritas, haciendo de pedo sus dizque poses galantes pinches. 

Y la morra lejos de voltear, con el calorón hacía gesticulaciones de pena y molestia.
Puto solazo. 

Yo con mis chorros de sudor en la frente y en el cuello volteaba a ver si venía el puto camión. 
La vieja estaba igual con gestos desesperados porque no llegaba. 

La chava traía un pantalón de mezclilla apretado.
De los azules descoloridos con cloro.
Yo traía mis eternos chores blancos de algodón puma.

La incomodidad de estar parados en pleno sol asfixiaba.
Y la morra por más que se movía nomás no se hallaba.
Y es que la parada no tenía techito. 

Nuestra desesperación se exasperó cuando llegó un carrito de paletas de hielo para justamente pararse frente a nosotros.

Era un paletero engorroso que con su paño rojo desos con los que lavan los carros se secaba la frente y se nos quedaba viendo para que le compráramos. 

Luego comenzó a ofrecer y primero se dirigió con la ruca.
Paletas y esquimales. 
Con la falta de dientes frontales esbozaba su risa chimuela ofreciéndole el producto. 

Ella negó amablemente y después me ofreció a mí y después a otro niño que acababa de llegar. 

El paletero cerró su carrito con la tapa de acero inoxidable diciendo groserías y ya.
Hasta que se largó. 

Puto chofer. 

Pero no era chofer. 
Era chofera. 

"Es que se atravesó el tren. 
Pásenle, súbanse rápido."
Rum Rum! 
"Vengo atrasada."

Venía semivacío.


-continuará-



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Sueño ligero