jueves, 1 de noviembre de 2018

Memoria sin nostalgia

-La Lluviedad

¿Tú crees que las nubes tienen memoria?
Siempre que pasábamos por el caminito donde se atravesaba la ruta de los camiones con esa parte de la ciudad que era arroyo con huertos a la orilla me preguntabas más o menos lo mismo.
A veces no preguntabas, afirmabas nada más.
Yo creo que sí han de tener memoria, siempre está lloviendo aquí, aunque el resto de la ciudad esté
seco, aquí siempre está mojado.
Tienen que acordarse.
Las nubes tienen memoria.
Tienen memoria de ti, para mí, de cuando pasábamos por este puente y me lo preguntabas, o me lo proponías, o afirmabas o confirmabas o reafirmabas:
Yo creo que las nubes tienen memoria.
Siempre encontrábamos, si no lluvia, vestigios de lluvia; si no vestigios, presagios.

Chispitas milimétricas asomándose hacia nosotras por el parabrisas, con su carita transparente pegada al cristal, viendo cómo nos maravillaba que el cielo siempre recordara dónde llover.
Tienen memoria, me decías, e imaginábamos sus viajes por toda la tierra, fantasmas paseantes de la costa al desierto, al conjuro del frío que las realizaba en hielo en la tundra, a cielos grises tumultuosos de otras nubes, a cielos cafés donde el humo venenoso había reemplazado a casi todas las nubes.
Y de ahí de vuelta a nuestro puente, que en algún tiempo no había sido puente sino el puro arroyo ahora esquelético que solo en partes era visitado ya por las nubes que recordaban de vez en cuando dónde venir a llover.
Te gustaba contar que el tiempo de las nubes era distinto al nuestro, y que se asomaban, incluso después de años, a ver si los peces, las garzas iban a venir a jugar al arroyo, como cuando los niños van a casa de sus amigos a ver si van a salir hoy.
Siempre me dabas historias de esas nubes, que decías, eran las mismas, y estabas segura porque años de vivir mirando al cielo te habían hecho experta en la materia, la materia blandita, la materia húmeda, la materia aborregada, materia blanca inmaterial que puebla el cielo.
Y sí, sí tienen memoria.
Y no, no son estas, las del arroyo venido a puente, las únicas que tienen memoria, ni las otras trotamundos, ni incluso los oscuros espíritus de la combustión vehicular. El humo del cigarro tiene memoria también, memorias más puras porque carecen del artilugio de las palabras, son golpecitos de sentimientos que nadie puede mentir.
Tienen memoria las nubes, sí tienen, y a partir de ahora, que te recuerden ellas, porque yo ya te escuché demasiado y por recordarte a ti me he distraído de mí, me he olvidado, me perdí entre tus palabras bonitas, entre tu acercarme al cielo, asimilarme a la arena y al mar, compararme con abismos, laberintos, profundidades confusas, florecillas fáciles, frágiles. Hundirme en misterios.

Soy yo, soy persona, no soy sirena, no soy recuerdo de nube, no soy musiquita, soy cuerpo pero soy más que cuerpo. No soy brisa, soy piel, pero soy más que piel. Ya entiendes, soy alguien, soy yo.
Soy sola y soy con el mundo todo, con las nubes también si quieres, pero soy sola, soy libre, soy yo.

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Sueño ligero