domingo, 1 de abril de 2018

Chichis Christ



Por La Lluviedad 
A veces, mientras me entretengo leyendo algún artículo aburrido sobre economía o inventos inaccesibles para la gente estilo yo, o escribiendo algún correo formal que se me dificulta por la seriedad y eficiencia que se supone debe tener, me humedezco los labios con la lengua y sin reparar, el tacto, el gusto, la saliva, me llevan hasta tus pechos.
Los dedos tratan de escribir algunas líneas insignificantes ya ante el recuerdo de la fuerza avasalladora que atrae a mi boca hacia ese par de flores de carne blanda, carne dura, que coronan tu pecho.
La lengua, anzuelo también blanduro y húmedo, se engancha en ellos mientras trata de descifrar el mensaje en Braille que la naturaleza bruja escribió en círculos, al fin esteta (no pun intended).
Se engancha y ahí va de nuevo la boca enterita, dientes primero, a engancharse también en esas maravillas de carne que ahí van, también, apenas sienten la lengua y los dientes, a buscar, hechas bola ya, la boca completa.
Pero la distancia, pero el tiempo, pero la ausencia. No estás y la lengua tiene que conformarse con lo que tiene en su casa: dientes, encías, paladar, más lengua, para pasear.
Y tus pezones tienen que conformarse con roces de tela suave, algún viento helado o quizá que la caricia de un chorrito de agua tibia te recorra un tramito de piel para endurecerse y acabar de perfeccionar tus pechos ya gloriosos.
La de pendejadas que escribo deseando que me desees como mi lengua a tus flores... o incluso que en realidad te desee así yo a ti.

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