martes, 5 de junio de 2018

Lo inequívoco de la ciudad



Por @Annberbiz


Despiertas en una habitación llena de gente, no sabes dónde estás, pero sigues respirando. Piensas que el peligro se ha ido. A lo lejos escuchas: “¿Qué le pasó? ¿Pues dónde estaba?” “¡Hija, despierta! ¡No te duermas!”, Pero tus ojos sólo piensan en cerrarse. Reaccionas a medias por el calor que emite tu pierna, es como si tuvieses una compresa muy caliente alojada en el centro de ella y un pulso propio fuera generando dolor. De reojo, visualizas que es un hospital. A un lado hay un señor de mediana edad con cables en su pecho, esta intubado,  piensas que le duele al respirar. Quieres decir algo, no puedes.
Escuchas la voz de un hombre que dice: “Seguramente andaba en el carnaval, echando desmadre, quién como ella, ¿No? ¡Hasta drogada debe estar, mírala ni reacciona! ni viene tan mal”. ¿Carnaval? Sí. Recuerdas que anoche hubo fiesta en el pueblo. Y sólo logras decir: “No, yo iba para mi trabajo, yo no estaba ahí”. La misma voz del hombre les dice a los demás que ya no digan nada, porque ya estás reaccionando. Vuelves a dormir un rato. Al despertar empiezas a recordar el carro destartalado, los golpes en el piso y los jaloneos, pero sobre todo, al tipo.  Sientes dolor en los brazos, las soluciones que te pusieron arden continuamente al pasar por tus venas. Sobre la sábana, empiezas a tocar tu pierna, buscando ese calor que te desesperaba, pero te encuentras con la piel vendada y raspones en las piernas. Te descubres más arriba y encuentras hematomas en tu pecho, el movimiento hace que un nuevo dolor aparezca en la espalda. Entra una enfermera, te pregunta: ¿cómo estás? “Bien”, contestas a secas. Comenta que necesitan tus datos, ya que ingresaste como desconocida a Urgencias al área de choque-trauma. “Pamela Jiménez, 29 años”, contestas. “Muy bien Pamela, en un ratito vendrá la Trabajadora Social para localizar a tus familiares. Te trajeron unos señores que te encontraron tirada en la calle.  Estás en el Hospital General. ¿Se puede saber qué estabas haciendo? ¿O sabes por qué estás aquí?” Pregunta amablemente. Accedes a contarle lo sucedido, mientras revisa el goteo del suero que tienes en el brazo. Con amabilidad te presta su teléfono celular para que llames a tu familia, ellos ya vienen en camino. Checas la hora, notas que ya son casi las 2:00 pm, sin duda pasó un buen rato desde que saliste de casa.
Recuerdas al señor que estaba a lado tuyo, la cama se encuentra vacía. ¿Murió? Posiblemente, pues se veía en mal estado. La Trabajadora Social toma los datos que necesita y también se comunica a casa, pero ellos ya estaban afuera, esperando informes. Llega el médico a revisar las heridas, sobre todo la de la pierna. En la revisión comenta que una bala está incrustada  en el hueso del fémur,  que no te pasaran a quirófano, porque no hay suficiente material para poder realizar la extracción. Así que a tus familiares les pedirán el material necesario. Recuerdas su voz, es la que cuestionó que andabas echando desmadre. ¿Por qué supondría eso?
No dices nada, te quedas callada, pensando que hubiese sido mejor no ir al trabajo y seguir durmiendo en tu cama, sin el ajetreo por el que estás pasando. Hay un prejuicio en su mirada, no lo puedes creer, piensas: “¿en verdad soy culpable por abordar un taxi? No, no lo soy”. El médico se limita a seguir con la charla. Le índica al estudiante de medicina que solamente te tomen unas muestras de sangre porque las placas ya están. El estudiante, desde que te dice que te tomará las muestras lo hace con torpeza. Te limitas a sonreír y no decir nada, cooperas, sino será más doloroso para ti. Hasta las 5:00 pm, pasan a tus familiares a la visita, mamá entra llorando, preguntando cómo estás. Te da alegría verla y abrazarla, sin duda ella es un hogar cálido en medio de la fría habitación abierta. Mamá dice que gracias a Dios estás viva, comenta que papá fue a conseguir dinero y los materiales para la cirugía. Te llevan la comida y ella te trata como una niña dándote de comer en la boca, te hace sentir inútil. Después, a ella la sacan, llega otra persona en mal estado y ocuparán la cama de aquel hombre intubado. Es una mujer, una anciana como de unos 70 años, la meten en una camilla y en cuanto la ponen en la cama, cierran la cortina para que no vea el movimiento que hacen.
 El médico que te vio, entra con calma preguntando: “¿Qué tenemos aquí? Oh, es una diabetes descontrolada. Estas personas no se cuidan, siempre es lo mismo. A ver, tú, doctorcito Salas, ¿Qué hay que hacer? ¡Ándale! que no tengo tu tiempo, iré con Guerrero a comer y a misa.”
¿A misa? Piensas que es un patán, una persona así debería ser más amable, más humilde. Tratas de no escuchar más, pues en verdad la señora se encuentra mal. El movimiento es continuo en la habitación, los ves entrar y salir con soluciones y con aparatos  que desconoces su uso. Él medico ya se fue, ya casi son las 6:00 pm o al menos eso piensas. Se quedó sólo el estudiante, con unas enfermeras que lo traen en joda. Cuando lo ves menos ocupado, le preguntas qué pasará contigo, pues el dolor es soportable, pero una bala ahí no sabes cómo te afectará después. Él te dice que el médico de base ya se fue, que esperarás hasta el cambio de turno para que te revisen otra vez la pierna. No dices nada, esperas con paciencia. Entra la enfermera a cambiar la solución, te dice que tu familia ya consiguió el material que necesitaban, sin duda tu ánimo cambia, pues entrarás a quirófano para que te quiten la bala. Ella rompe esa ilusión, pues dice que el cirujano no se encuentra en las mejores condiciones para la operación. “¿Condiciones?” Le preguntas. “Sí, ya sabes”, y con su mano hace señas de que está bebiendo. Te da coraje, pues no sabes qué pasará con la pierna y la bala incrustada en el hueso. A la familia sólo le informan que hay que esperar el cambio de turno. Ellos esperan y tú haces lo mismo.
Transcurre el tiempo en la habitación abierta, y las máquinas de la señora de a lado empiezan a sonar muy feo, las enfermeras entran corriendo, gritándole al estudiante que su paciente entró en paro. ¿En paro? No sabes qué es, pero suena a que se puso mal. Otra vez hay mucha gente, no sabes qué hora es. Te estresa el ambiente, los sonidos del pasillo, las voces que se pierden en el lugar. Le indican al estudiante qué tiene que darle el RCP, te tapas con la sábana,  escuchas que le dicen al estudiante que ya llevaba dos en ese día, que le tocaba hacer otra vez el acta de defunción. Él, con humor, comenta que ya está acostumbrado, que siempre se le van.
“¿A qué hora es el cambio de turno?” Te preguntas debajo de la sábana y te quedas dormida otra vez. Pamela, Pamela… escuchas entre sueños. “Sí, yo soy Pamela”, contestas adormilada. Hola hija, soy el Dr. Sánchez el cirujano, “¿Te hirieron en tu pierna verdad?” Comenta el médico mientras revisa la placa y el expediente. “Sí, desde la mañana estoy aquí”, respondes un poco más despierta: “Bueno, hija, no sé por qué no te metieron a cirugía, pero hay que quitar esa cosa que tienes ahí. Mientras, ¡Cuéntame! ¿Qué pasó?”. Con más confianza le empiezas a contar lo sucedido con detalle:
“Desperté a las 6:00 am, pues no descansé nada la noche anterior por el carnaval celebrado a unas cuantas calles de casa. Tuve que salir a trabajar, ya era tarde y el pensar en estar parada unas ocho horas en la caja del supermercado, era peor para mí. Mi trabajo se encuentra a unos 10 minutos de casa. Me levanté, me bañé y me vestí con un uniforme que no me gusta, porque es un color triste que no combina con mi persona. Eran las 6:40 am ya, pretendí desayunar algo rápidamente, para no perder mi bono de puntualidad. Salí cinco minutos después y noté que el horario de verano no favorecía mucho, pues parece que aún es de noche. Caminé unas cuantas cuadras, hasta llegar a la avenida principal, donde esperé a que pasará un taxi, porque era lo más rápido para llegar a mí destino. ¿Sabe? En el fondo le agradezco a Dios que mi trabajo se encuentre muy cerca de donde vivo, pues hago las cuentas semanalmente del costo de los pasajes y el tiempo que tardaría en ir y venir.
En la avenida, sentí el tiempo pasar muy rápido, vi que la calle estaba sola, casi no había carros y mucho menos transporte público a esa hora. Volteé a la derecha y venía un taxi, un bocho viejo y medio destartalado, de esos que son piratas y son comunes en la colonia. Le hice la parada, lo abordé con prisa, porque sé que al gerente le caigo mal y estará preguntando por mí. Le indiqué que iba a la Comercial Mexicana que se encuentra frente a la Plaza. El conductor se metió entre calles, para hacer más rápido el traslado, según él.

Sin embargo, se fue por otro camino, por calles que conozco sólo en el día. El miedo empezó a apoderarse de mí. Me sentí mal al saber que se estaba yendo por la zona contraria, pero también por no decirle nada y por dejar que sucediera. ¿A dónde va? Me pregunté en silencio, mirando el reloj pues ya casi eran las 7:00 am. Él volteó, su semblante parecía otro, muy diferente que cuando le di los buenos días y lo abordé. Me pidió que me callara, que no me moviera. No reaccioné, en mi mente pensé que tal vez no regresaría a casa si hacía un  movimiento equivocado. Su mano empezó a tocarme la pierna, me jaló de la mano, del brazo y de la blusa, como queriendo despojarla. “¿Qué es lo que quiere?” Le grité. Pero en el forcejeo sólo pensé en huir de ahí, mientras observé que con una mano conducía y con la otra me  humillaba e intentaba someterme. ¿Qué se puede hacer en ese instante? No lo pensé más y abrí la puerta del carro. Me aventé al asfalto sin pensarlo, dejando mis cosas de valor en el asiento del carro. Al rodar y caer en el pavimento sentí lo poroso, lo duro y lo frío del mismo. Dejé un poco de sangre y piel en la calle. En ese momento no sentí dolor alguno, sólo las ganas de irme lejos y dejar atrás ese mal momento. Pero en medio de mi confusión y miedo, observé que el carro avanzó, metros después se detuvo. ¿Venía por mí? Sí. Me arrastré como un gusano, para salvar mi integridad, pero observé que eso no ayudó en mucho. Él se acercó. Lo vi decidido, con intención de herirme, aunque todavía no sabía de qué forma lo haría. Estaba a dos metros de distancia y sacó detrás de su pantalón un arma, me miró y me apuntó: uno, dos, tres, cuatro…”
Él escucha muy atento, es diferente al doctor de la mañana, quizás porque es más grande y con más experiencia, le calculas unos 60 años. Le avisan a tu familia que entrarás a quirófano, ellos  proporcionan el material que les habían pedido, pero el cirujano dice que no es necesario, pues el hospital tiene los recursos para poder realizar la operación, que si gustan donarlo con gusto lo recibirán.
Aún no lo crees, desde el principio le mintieron a tu familia, te mintieron, emitieron un prejuicio sobre tu persona y viste lo que jamás creíste ver en un día. La ciudad emana en sus calles violencia, desigualdad, corrupción y demás cosas que no quieres ni pensar, pero que no logras evadir porque lo viviste. Gracias a Dios la operación fue exitosa y rápida. Agradeces a las personas que no te miraron como la borracha que sólo iba a echar desmadre al carnaval o que venía drogada de quién sabe dónde. A los que te escucharon y mentaron madres por aquel cabrón que te quería violar y matar. Cosas como la que viviste ese domingo, no se las deseas a nadie.

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Sueño ligero