Por @Annberbiz
Despiertas
en una habitación llena de gente, no sabes dónde estás, pero sigues respirando.
Piensas que el peligro se ha ido. A lo lejos escuchas: “¿Qué le pasó? ¿Pues
dónde estaba?” “¡Hija, despierta! ¡No te duermas!”, Pero tus ojos sólo piensan
en cerrarse. Reaccionas a medias por el calor que emite tu pierna, es como si
tuvieses una compresa muy caliente alojada en el centro de ella y un pulso
propio fuera generando dolor. De reojo, visualizas que es un hospital. A un
lado hay un señor de mediana edad con cables en su pecho, esta intubado, piensas que le duele al respirar. Quieres
decir algo, no puedes.
Escuchas la voz de un hombre que dice: “Seguramente andaba en el
carnaval, echando desmadre, quién como ella, ¿No? ¡Hasta drogada debe estar,
mírala ni reacciona! ni viene tan mal”. ¿Carnaval? Sí. Recuerdas que anoche
hubo fiesta en el pueblo. Y sólo logras decir: “No, yo iba para mi trabajo, yo
no estaba ahí”. La misma voz del hombre les dice a los demás que ya no digan
nada, porque ya estás reaccionando. Vuelves a dormir un rato. Al despertar
empiezas a recordar el carro destartalado, los golpes en el piso y los
jaloneos, pero sobre todo, al tipo.
Sientes dolor en los brazos, las soluciones que te pusieron arden continuamente
al pasar por tus venas. Sobre la sábana, empiezas a tocar tu pierna, buscando
ese calor que te desesperaba, pero te encuentras con la piel vendada y raspones
en las piernas. Te descubres más arriba y encuentras hematomas en tu pecho, el
movimiento hace que un nuevo dolor aparezca en la espalda. Entra una enfermera,
te pregunta: ¿cómo estás? “Bien”, contestas a secas. Comenta que necesitan tus
datos, ya que ingresaste como desconocida a Urgencias al área de choque-trauma.
“Pamela Jiménez, 29 años”, contestas. “Muy bien Pamela, en un ratito vendrá la
Trabajadora Social para localizar a tus familiares. Te trajeron unos señores
que te encontraron tirada en la calle.
Estás en el Hospital General. ¿Se puede saber qué estabas
haciendo? ¿O sabes por qué estás aquí?” Pregunta amablemente. Accedes a
contarle lo sucedido, mientras revisa el goteo del suero que tienes en el
brazo. Con amabilidad te presta su teléfono celular para que llames a tu
familia, ellos ya vienen en camino. Checas la hora, notas que ya son casi las
2:00 pm, sin duda pasó un buen rato desde que saliste de casa.
Recuerdas al señor que estaba a lado tuyo, la cama se encuentra vacía.
¿Murió? Posiblemente, pues se veía en mal estado. La Trabajadora Social toma
los datos que necesita y también se comunica a casa, pero ellos ya estaban
afuera, esperando informes. Llega el médico a revisar las heridas, sobre todo
la de la pierna. En la revisión comenta que una bala está incrustada en el hueso del fémur, que no te pasaran a quirófano, porque no hay
suficiente material para poder realizar la extracción. Así que a tus familiares
les pedirán el material necesario. Recuerdas su voz, es la que cuestionó que
andabas echando desmadre. ¿Por qué supondría eso?
No dices nada, te quedas callada, pensando que hubiese sido mejor no ir
al trabajo y seguir durmiendo en tu cama, sin el ajetreo por el que estás
pasando. Hay un prejuicio en su mirada, no lo puedes creer, piensas: “¿en
verdad soy culpable por abordar un taxi? No, no lo soy”. El médico se limita a
seguir con la charla. Le índica al estudiante de medicina que solamente te
tomen unas muestras de sangre porque las placas ya están. El estudiante, desde
que te dice que te tomará las muestras lo hace con torpeza. Te limitas a
sonreír y no decir nada, cooperas, sino será más doloroso para ti. Hasta las
5:00 pm, pasan a tus familiares a la visita, mamá entra llorando, preguntando
cómo estás. Te da alegría verla y abrazarla, sin duda ella es un hogar cálido
en medio de la fría habitación abierta. Mamá dice que gracias a Dios estás viva,
comenta que papá fue a conseguir dinero y los materiales para la cirugía. Te
llevan la comida y ella te trata como una niña dándote de comer en la boca, te
hace sentir inútil. Después, a ella la sacan, llega otra persona en mal estado
y ocuparán la cama de aquel hombre intubado. Es una mujer, una anciana como de
unos 70 años, la meten en una camilla y en cuanto la ponen en la cama, cierran
la cortina para que no vea el movimiento que hacen.
El médico que te vio, entra con
calma preguntando: “¿Qué tenemos aquí? Oh, es una diabetes descontrolada. Estas
personas no se cuidan, siempre es lo mismo. A ver, tú, doctorcito Salas, ¿Qué
hay que hacer? ¡Ándale! que no tengo tu tiempo, iré con Guerrero a comer y a
misa.”
¿A misa? Piensas que es un patán, una persona así debería ser más
amable, más humilde. Tratas de no escuchar más, pues en verdad la señora se
encuentra mal. El movimiento es continuo en la habitación, los ves entrar y
salir con soluciones y con aparatos que
desconoces su uso. Él medico ya se fue, ya casi son las 6:00 pm o al menos eso
piensas. Se quedó sólo el estudiante, con unas enfermeras que lo traen en joda.
Cuando lo ves menos ocupado, le preguntas qué pasará contigo, pues el dolor es
soportable, pero una bala ahí no sabes cómo te afectará después. Él te dice que
el médico de base ya se fue, que esperarás hasta el cambio de turno para que te
revisen otra vez la pierna. No dices nada, esperas con paciencia. Entra la
enfermera a cambiar la solución, te dice que tu familia ya consiguió el
material que necesitaban, sin duda tu ánimo cambia, pues entrarás a quirófano
para que te quiten la bala. Ella rompe esa ilusión, pues dice que el cirujano
no se encuentra en las mejores condiciones para la operación. “¿Condiciones?”
Le preguntas. “Sí, ya sabes”, y con su mano hace señas de que está bebiendo. Te
da coraje, pues no sabes qué pasará con la pierna y la bala incrustada en el
hueso. A la familia sólo le informan que hay que esperar el cambio de turno.
Ellos esperan y tú haces lo mismo.
Transcurre el tiempo en la habitación abierta, y las máquinas de la
señora de a lado empiezan a sonar muy feo, las enfermeras entran corriendo,
gritándole al estudiante que su paciente entró en paro. ¿En paro? No sabes qué
es, pero suena a que se puso mal. Otra vez hay mucha gente, no sabes qué hora
es. Te estresa el ambiente, los sonidos del pasillo, las voces que se pierden
en el lugar. Le indican al estudiante qué tiene que darle el RCP, te tapas con
la sábana, escuchas que le dicen al
estudiante que ya llevaba dos en ese día, que le tocaba hacer otra vez el acta
de defunción. Él, con humor, comenta que ya está acostumbrado, que siempre se
le van.
“¿A qué hora es el cambio de turno?” Te preguntas debajo de la sábana y
te quedas dormida otra vez. Pamela, Pamela… escuchas entre sueños. “Sí, yo soy
Pamela”, contestas adormilada. Hola hija, soy el Dr. Sánchez el cirujano, “¿Te
hirieron en tu pierna verdad?” Comenta el médico mientras revisa la placa y el
expediente. “Sí, desde la mañana estoy aquí”, respondes un poco más despierta:
“Bueno, hija, no sé por qué no te metieron a cirugía, pero hay que quitar esa
cosa que tienes ahí. Mientras, ¡Cuéntame! ¿Qué pasó?”. Con más confianza le
empiezas a contar lo sucedido con detalle:
“Desperté a las 6:00 am, pues no descansé nada la noche anterior por el
carnaval celebrado a unas cuantas calles de casa. Tuve que salir a trabajar, ya
era tarde y el pensar en estar parada unas ocho horas en la caja del
supermercado, era peor para mí. Mi trabajo se encuentra a unos 10 minutos de
casa. Me levanté, me bañé y me vestí con un uniforme que no me gusta, porque es
un color triste que no combina con mi persona. Eran las 6:40 am ya, pretendí
desayunar algo rápidamente, para no perder mi bono de puntualidad. Salí cinco
minutos después y noté que el horario de verano no favorecía mucho, pues parece
que aún es de noche. Caminé unas cuantas cuadras, hasta llegar a la avenida
principal, donde esperé a que pasará un taxi, porque era lo más rápido para
llegar a mí destino. ¿Sabe? En el fondo le agradezco a Dios que mi trabajo se
encuentre muy cerca de donde vivo, pues hago las cuentas semanalmente del costo
de los pasajes y el tiempo que tardaría en ir y venir.
En la avenida, sentí el tiempo pasar muy rápido, vi que la calle estaba
sola, casi no había carros y mucho menos transporte público a esa hora. Volteé
a la derecha y venía un taxi, un bocho viejo y medio destartalado, de esos que
son piratas y son comunes en la colonia. Le hice la parada, lo abordé con
prisa, porque sé que al gerente le caigo mal y estará preguntando por mí. Le
indiqué que iba a la Comercial Mexicana que se encuentra frente a la Plaza. El conductor se metió entre calles, para hacer más rápido el
traslado, según él.
Sin embargo, se fue por otro camino, por calles que conozco sólo en el
día. El miedo empezó a apoderarse de mí. Me sentí mal al saber que se estaba
yendo por la zona contraria, pero también por no decirle nada y por dejar que
sucediera. ¿A dónde va? Me pregunté en silencio, mirando el reloj pues ya casi
eran las 7:00 am. Él volteó, su semblante parecía otro, muy diferente que
cuando le di los buenos días y lo abordé. Me pidió que me callara, que no me
moviera. No reaccioné, en mi mente pensé que tal vez no regresaría a casa si
hacía un movimiento equivocado. Su mano
empezó a tocarme la pierna, me jaló de la mano, del brazo y de la blusa, como
queriendo despojarla. “¿Qué es lo que quiere?” Le grité. Pero en el forcejeo
sólo pensé en huir de ahí, mientras observé que con una mano conducía y con la
otra me humillaba e intentaba someterme.
¿Qué se puede hacer en ese instante? No lo pensé más y abrí la puerta del
carro. Me aventé al asfalto sin pensarlo, dejando mis cosas de valor en el
asiento del carro. Al rodar y caer en el pavimento sentí lo poroso, lo duro y
lo frío del mismo. Dejé un poco de sangre y piel en la calle. En ese momento no
sentí dolor alguno, sólo las ganas de irme lejos y dejar atrás ese mal momento.
Pero en medio de mi confusión y miedo, observé que el carro avanzó, metros
después se detuvo. ¿Venía por mí? Sí. Me arrastré como un gusano, para salvar
mi integridad, pero observé que eso no ayudó en mucho. Él se acercó. Lo vi
decidido, con intención de herirme, aunque todavía no sabía de qué forma lo
haría. Estaba a dos metros de distancia y sacó detrás de su pantalón un arma,
me miró y me apuntó: uno, dos, tres, cuatro…”
Él escucha muy atento, es diferente al doctor de la mañana, quizás
porque es más grande y con más experiencia, le calculas unos 60 años. Le avisan
a tu familia que entrarás a quirófano, ellos
proporcionan el material que les habían pedido, pero el cirujano dice
que no es necesario, pues el hospital tiene los recursos para poder realizar la
operación, que si gustan donarlo con gusto lo recibirán.
Aún no lo crees, desde el principio le
mintieron a tu familia, te mintieron, emitieron un prejuicio sobre tu persona y
viste lo que jamás creíste ver en un día. La ciudad emana en sus calles violencia,
desigualdad, corrupción y demás cosas que no quieres ni pensar, pero que no
logras evadir porque lo viviste. Gracias a Dios la operación fue exitosa y
rápida. Agradeces a las personas que no te miraron como la borracha que sólo
iba a echar desmadre al carnaval o que venía drogada de quién sabe dónde. A los
que te escucharon y mentaron madres por aquel cabrón que te quería violar y
matar. Cosas como la que viviste ese domingo, no se las deseas a nadie.
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