miércoles, 13 de junio de 2018

La Ciudad de la Furia


@josoclasputnik

Vivo en la Ciudad de la Furia. Una ciudad muy similar a la que cantaba Cerati en el 89’; una donde formas parte de todo o de nada. Por donde camines apesta a orines e inseguridad. 

  Sales de casa con las lagañas todavía pegadas en los lagrimales. El baño no fue suficiente y mucho menos te despertó. Vives lejos, mucho. Las rentas están recaras en la Ciudad de la Furia y, como muchos de tus pares, ganas lo mínimo para vivir, incluso vives aún con tus padres a la edad donde en teoría ya no deberías. Pero todo es caro y lo barato -como dice el dicho- sale caro. Vas a tomar el camión que más que eso parece transporte para ganado, de esos que van para el rastro. A veces así se siente ir al trabajo, como ir al rastro a matarte más de ocho horas. A veces, si tienes suerte, entras tarde y tu trabajo no es (tan) malo.  

  Caminas por la banqueta donde hay luz, no vaya ser la de malas. Ves a los primeros desertores de la cama; aquellos que van a pasear al perrito temprano, los que corren pero no para el trabajo, los niñitos que van a la escuela porque les cierran las puertas y luego la mamá aplica el “si te estoy diciendo que te levantes temprano es por algo…”. El árbol de la entrada recibe los primeros rayos y se menea con el airecito matutino, ése que poco a poco te despierta. El portero ni se digna a verte, seguramente está más jodido de cansancio que tú. 

  Y cuando finalmente llegas a la parada, ves a otros treinta esperando el mismo autobús. Eran cinco pero, como tardó, se fueron acumulando y están igual o peor que tú. Todos tienen sus pesos cargando en la espalda, no te creas demasiado. ¡Ahí viene! Ahí viene el “guajolotero” que te llevará a trompicones hasta el metro donde los treinta con los que apenas si lograste entrar se convertirán en miles; una cosa muy similar a los gremlins cuando tocan el agua y se multiplican. El transporte huele a los últimos sudores ajenos de la noche anterior; huele a sueño, cansancio y rutina semanal. Arañas el viernes para irte a la cama a pierna tendida o echarte las chelas con tus compañeros y amigos. Es lunes y re-inicias, cual maquinita. Si ya te tocó parado, ya te chingaste. El camino es largo y, peor tantito, para la hora hay un chingo de tránsito. Algún advenedizo del volante ya la regó y, pese a tus pronósticos, vas a llegar ooootra vez tarde al trabajo. 

  El movimiento del camión te mece. Pero no te mece en los brazos de Morfeo, te mece en los brazos de los que están a tu lado que te ven feo por tocarlos, ¡han de ser de cristal!

  Después de dos horas de claxonazos y mentadas de madre, llegas. Aire ¿puro?, no. Una mezcla de orines, grasa de comida, humo de escape chingado, y sueño acaricia tus sentidos. ¡Qué mar y rosas ni que la chingada, orines y diez tacos x veinte pesos! 

  ¿Traigo boleto? ¿la tarjeta?, piensas. Si se te olvidó ya te chingaste porque si ya vas tarde, los otros cincuenta delante de ti también van y, en efecto, tampoco traen boleto. Al que madruga dios no existe.

  Compras tu pase al sauna más grande la Ciudad de la Furia. Dentro encuentras caras menos amables que las del camión, ¡de tripas de corazón!… ¿tripas? Ándale unos tacos estarían chicles, pero no de tripas, porque luego las andas sacando porque ya te dio diarrea. Ni modo, luego encontrarás un espacio para tu café y tu pancito. Mares de gente, parece peregrinación. ¡Madres, ya es bien tarde! El metro parado. Las damitas preparan los codos, a los niños de cinco años y las uñas para agarrar asiento. Cuando por fin logren entran aquello será más parecido a un documental de National Geographic que a un anden de metro. No se te olvide que también puede ser el salón de belleza más grande de todos, lleno de mujeres haciendo caras chistosas,  transformando sus pestañas en patitas de araña, apareciendo mágicamente la ceja que se les quedó en la almohada o echándose más brillo labial que mueble rústico. 

  Te da risa, risa por no chillar porque ya te van a descontar, ¡vale madre! ¿quién chingados huele a garnacha con salisita de la que pica? ¡Tengo hambre!, grita tu panza que hace dueto con la señora que se subió a vender “cosas para el arreglo personal” o la señora que grita porque ya la tocaron por error y… ¡verga, sestánpeliando!. Bájenlas, nos están atrasando. 

  Atraviesas la ciudad. Lejos quedó la baba de la almohada que para esas horas ya se secó, lejos quedó el agua que era para el café y ni te enteraste cuántos muertos hubo antes de que tú siquiera quisieras darle fin a ese sueño donde hacías el trabajo que querías. 

Llegas, tarde, por supuesto. Ni pedo. Mañana te levantas más temprano, incluso barajas posibilidad de dormirte bajo un puente o parque para llegar a tiempo. Te ríes. Eres simpática y, bendito dios, tu ceja no es “quitapon”. ¡Tu panza ya es Chewbacca!, chigón porque te gusta Star Wars. 

  Pasan tantas cosas. Ya te vieron feo, quieres un café, la gente no se calla, ya explicaste mil veces algo. El reloj parece estar en tu contra. Te inventas una historia alterna, como las que inventas en tus cuentitos que nadie lee o a la gente que encuentras en la calle. Ya dio la hora de la comida o de la salida. Salen tantos a la par que ya ni hambre tienes. Caminas y caminas, quieres irte bien pinche lejos y dejar de oler a sudores ajenos, dejar de tener miedo de volver a casa tarde, de cuidar el teléfono que te costó comprarte. ¿Esto quiero de mi vida? A veces lloras poquito en el baño del trabajo. Caminas, escuchas música, te sientes feliz y te aferras al aislamiento que te dan los audífonos. Tus canciones cursis y tristes desfilan por tus oídos que ni te limpiaste por salir a prisa. 

  Te da en la madre no estar haciendo lo que quieres, pero te da más en la madre ver a niños y viejos pidiendo dinero. Pinche Ciudad de la Furia, no me siento tu hija, ni tu amiga. Eso sí, una parte de ti no quiere irse de ella. Quiere que las cosas cambien y que deje de apestar a malos gobiernos y gente culera que te ve feo. 

  Un día, un día… la Ciudad de la Furia tiene colores, está viva y por eso huele. Un día escaparás, un día.


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Sueño ligero