Amarse y aceptarse. No me llevo bien con esas palabras, incluso podría llegar a decir que jamás las he llevado a la práctica.
Recuerdo como desde los 7 años cuando empecé a ganar peso
viví en carne propia lo que era el rechazo y desde mi tierna conciencia ideaba
planes para poder ser aceptada, desde dejar de comer en el recreo hasta correr
en la plaza obsesivamente, porque ya no quería llorar, porque era más fácil que
yo cambiara mi aspecto a cambiar la mente de 17 niñas y hacerles ver que me
dolían sus palabras y sus acciones.
Al llegar mi adolescencia y con un peso significativamente
menor era más feliz, recuerdo a mi yo de 15 años sintiéndose linda en fotos o
al verse en el espejo, y que si bien no tenía ningún pretendiente, al contrario
de mis amistades no sentía que eso me hiciera falta o me acomplejaba por ello.
Puedo decir que por un buen tiempo me sentí cómoda con mi cuerpo, pero no
comprendía que el problema no era bajar de peso.
Luego llegué a conocer de primera mano las relaciones
románticas y con ello las decepciones amorosas, y aunque en los 3 primeros
fracasos no hubo lágrimas ni rencor, eso no duraría mucho porque a través de esos fracasos yo ya estaba
desarrollando la habilidad de amar y la iba a poner en práctica con hombres que
se ganarían mi confianza para después dejarme en el suelo.
Y así fue, llegaron a mi vida hombres como R, M y K. Cada
uno muy diferente del otro pero que tuvieron una misma repercusión en mí, a
través de cada uno de ellos había llegado a sentir no sólo el rechazo sino
también el reemplazo, cada uno de ellos (quizá sin intención) me habían llevado
al punto de compararme con otras mujeres que debido a mi baja autoestima
siempre iba a ver como mejores y más bellas que yo. Lamentablemente me iba a
dar cuenta que la hermosa habilidad de amar que fui desarrollando en mi
adolescencia iba a ir a volcarla para mi desgracia en aquellos que me iban a
hacer vivir un infierno en la misma Tierra.
Hay cosas que uno simplemente no puede prever, y la vida no
para ni nos da tregua por un momento, ni siquiera para superar la pérdida de un
ser querido. Hay ocasiones en que aunque nuestras intenciones sean buenas, no
serán suficientes.
Sin embargo, un día te levantas y decides que todo ese
rechazo lo vas a convertir en ganas de triunfar, en fuerza para hacerlo, ese
día para mí fue proponerme el objetivo más grande que he tenido en mi vida y lo
logré y aunque no es un camino fácil he tratado de ver que soy valiosa, que
tengo muchas cualidades y que he logrado muchas cosas en mi vida, que nada ni
nadie me va a quitar mi lugar ni mi valor porque simplemente nadie se puede
comparar a lo que soy.
Y no, quizá no soy fuerte -cualidad que uno de esos hombres
(R, M o K) me dijo que no tenía y la tipa que me reemplazaba sí-, pero he
sabido sobrellevar todo lo que me ha sucedido de buena o mala manera, no soy
fuerte pero tampoco tengo miedo de llorar ni de entregarme al cien a una
persona que sé de antemano que no me corresponde, porque doy a manos llenas sin
mirar a quien, y lloro porque soy humana y porque es normal sentir que te
quiebras en ciertos momentos, creo firmemente que quien jamás se entristece o
todo le da igual es también incapaz de tener empatía por los demás, así que
prefiero sentir.
Y de repente ya no era la Kat que tomaba somníferos, ni la
Kat que se lastimaba a sí misma por impotencia, rabia, tristeza.
Y aunque no estoy segura que en un futuro no vuelva a sentir
ansiedad por compararme ni que haya llegado a construir un autoestima más
fuerte, sé que ahora que me conozco voy a tener de antemano la certeza de que
soy como tengo que ser y eso es lo que hace que sea única, que soy la única
versión de mí misma y por lo tanto la mejor. Y qué bonito es tener esa certeza.
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