Por @lluviedad
El llamado del vacío, le dicen.
Yo lo siento en las palmas de las manos, me sudan apenas lo necesario para ponerse heladas, les
da esa cosquilla ansiosa y dulce, a veces nauseabunda, que me late en el sexo cuando te tengo
ganas, que se me aloja en la panza cuando veo un accidente, que me rasca la nuca cuando la culpa
o la vergüenza se ponen mi nombre.
A veces visito las orillas de las azoteas para excitar el miedo, el vértigo, la semilla de mi muerte, la
nada. Sudo un rato y pienso en lo que sea, canto, repaso la lista del mandado, recuerdo mi niñez o
lo que quiero ser, lo que ya no fui, contemplo lo igual que seguirá todo cuando haya vuelto al
Vacío.
Espero que la cosquilla magnética me enfríe las plantas de los pies, a veces sonrío cuando me
convence la desesperanza que siempre vuelve, y sigo viviendo. Mientras. Voy a casa, te abrazo, te
quiero, reímos, comemos, nos tocamos apenas o poquito o mucho o completos por dentro y por
fuera, y seguimos viviendo mientras.
A veces busco la cosquillita parándome en un puente a ver los carros desde arriba. Hay muchos
que asemejan ataúdes, algunos coloridos de más, otros vanguardistas si es que tal concepto existe
en ese contexto, y otros más descuidados, descarapelados, como féretros que nadie quiso y se
amarillaron rechazados. Pero no me oscurece la imagen de filas de ataúdes transportándose
incesantes, esos qué.
Me llena de nada el desfile de personas, de vidas completas con sus pasados, con sus futuros y sus
urgencias actuales. Las imagino, me pongo en su lugar, voy en camino a pagar la renta, otra vez;
voy a la clínica, a prolongar qué; voy a comer, otra vez; voy a la playa, a mirar de frente ese juego
de espejos, cielo, mar, abismos azules profundos pletóricos de ángeles y otras criaturas de horror;
voy a enamorarme, otra vez; voy a desenamorarme, otra vez; voy a matar a alguien, al cine, a la
escuela, al gimnasio, de vacaciones, a entregar el carro, a una junta. A hacer cualquier escala que
me toque hoy de camino a donde todos vamos.
Voy con cualquier asunto importante que también va derechito a desaparecer, a no haber
significado nada, voy, va cada uno con su propio ritmo pero a la misma nada. Me lleno de sus
nadas y me vibran y voy a casa con mi oscuridad satisfecha y dormida.
Pero a veces me llama fuerte esa cosquilla desde casa, me palpita de las manos hasta los codos; en
las plantas de los pies; desde el sexo hasta la nuca, atravesando la panza. Y no busco alturas para
desahogarme, voy a ti, con ansias, con un nuevo insulto para ti. Con un empujarte un poquito más
allá a esa oscuridad en la que te permites vivir conmigo y desde la que me ves con esos ojos de
víctima cada vez más hundidos, sepultados.
Minutos, horas o días después te sobo. Te ungüento o te beso, te construyo un pedestal altísimo
que te debe dar las mismas cosquillas adictivas del abismo porque por algo seguimos aquí.
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